Una comunidad de ensueño

Las personas que hablan habitan en el mismo mundo. Las personas que sueñan se retiran en mundos propios (idiotes kosmos).
Heráclito, fragmento LXXXIX

El encuentro exige el sueño de uno y de otro puesto que solo los sueños desconocen las fronteras entre los mundos.
El dios Xowalaci

Terrenos fandangosos, por Aula Nostra, en colaboración con Obscena. Foto de Raúl Bartolomé.

La unidad ficticia del mundo

Habitamos en las consecuencias de nuestros presupuestos mentales. Nuestros axiomas filosóficos sirven de cimientos a nuestras cárceles psíquicas, o de trampolín para nuestras aventuras psiconáuticas. La fe en un solo mundo que nos une, unida a una mala comprensión de la función del lenguaje, nos acaba aislando en patrones de sufrimientos ensimismados. En vez de usar el lenguaje para excavar túneles hacia afuera, lo usamos para insistir en la ficción de la totalidad del mundo. No solamente estamos presos en vidas estancadas (no por estancadas dejan de ser muy ajetreadas), sino que encima cada vez que hablamos recalcamos la cárcel. Vivimos en una prisión que el lenguaje hace redundante, y que la redundancia refuerza.

Las personas que hablan habitan en el mismo mundo, afirma Heráclito. En nuestros lenguajes comunes obra un poderoso embrujo, que se manifiesta especialmente en el uso del artículo definido. Al hablar tenemos la sensación de que sabemos de lo que hablamos. El espejismo puede resultar anodino mientras conversemos en torno a «la» silla, «la» tarde, «el» reloj, etc. Cuando hablamos de «la» violencia, «la» libertad, «el» amor, la confusión generada por un artículo que define un objeto fuera del lenguaje nos expone a complicaciones de mayor magnitud. Las personas que hablan viven en «el» mundo. Para el hablador cotidiano, el mundo es exterior al lenguaje como su yo es ajeno al espacio. Sin embargo, este mundo unitario solo existe en el lenguaje. El lenguaje, que en su origen debía servir a establecer una conexión con el exterior, acaba hablando de sí mismo. Todo lenguaje es autorreferencial. La espiral virtuosa de la existencia se convierte en el círculo vicioso del ensimismamiento. Somos presos del lenguaje y en la prisión de la comunicación somos la presa del ideal ficticio de la sociedad. El fervor de nuestra existencia se ve transmutado en celebración de una realidad falsificada.

*

Pascal Quignard, en Heims: El invierno no ha devenido. El que vive en la palabra vive en el invierno. El que vive en la palabra vive en su boca. Si la voz del que habla lleva la tierra en mundo entonces el mundo es viento. El que habla se expone al viento. El que vive en la palabra vive en su boca. No en el mundo sino en el frio del viento.
La soledad por carencia de mundo (la individualidad circular) tiene un sabor muy distinto a la soledad por abundancia (el nacimiento espiral).

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Cuando las palabras dejan de ser una herramienta de diferenciación, un juego de distinción, cuando el lenguaje se usa para nombrar, poseer y someter a «la» realidad, su violencia inherente sale por la culata. El lenguaje es como un machete que podemos usar en nuestro arrojo para abrir camino en la selva, o como una débil linterna que puede orientar un poco nuestra deriva en el fondo oscuro del mar. El lenguaje es un mapa para la conquista del sí mismo (prefiero el concepto sui mismo, que alude a una mismidad que conquistamos solamente despidiéndonos, como en el suicidio), no para salvaguardarlo.

Cuando el lenguaje se presenta, ya no como un mapa, sino como un calco de la realidad, la realidad se ficcionaliza, se fija. Y como nosotros mismos pertenecemos al espacio del que hablamos, hablando acabamos ficcionalizándonos a nosotros mismos. Entonces hablamos del mundo como de un espacio ajeno a la infinidad de individualidades parlantes que sufren a solas en su aislamiento existencial. Las personas que hablan habitan en el mismo mundo: un mundo miserable donde no hay encuentro real posible sino solamente comunicación de falacias.

Existir es salir (hacia lo que insiste sin existir)

Soñando los soñadores se retiran en mundos propios, continúa Heráclito. Pongo entre paréntesis el griego para resaltar de qué tipo de propiedad se trata. Idiotes kosmos. No se trata de la propiedad de un sujeto sino del misterio de un loco, del enigma de un sabio. El sujeto cuerdo pacta con la estupidez, la inteligencia común, el vals de las convenciones, la familia, la escuela, el trabajo, la red social. El idiota por el contrario sigue lógicas alternativas, en margen de lo aceptado. La lógica de los sueños deja vislumbrar un mundo misterioso, que es a la vez distinto al caos de los caprichos y ajeno a la luz de la razón. Los sueños tienen una lógica propia, acontecen en un cosmos idiota.

El mundo es un encuentro de mundos, de idioteces. Los sueños son la sangre del nosotros. Quien no sueña habita una comunidad hueca, se acurruca en el rebaño para contagiar su miedo, para vampirizar su razón de ser, busca el calor de la comunicación para esconderse el frío que siente. Necesitamos contactar con realidades incomunicables para tener algo que comunicar. Necesitamos soñar para encontrarnos.

Para ello, para soñar, en el sentido muy llano, necesitamos una zona tampón entre la noche y el día y sus labores. Necesitamos un vacío y un silencio entre la comunidad parlanchina, excesivamente comunicativa, y el abismo de la inconsciencia. En las costumbres de este tercer milenio, pasamos de golpe del sujeto social al sueño profundo (a menudo con ayuda farmacológica) y al despertarnos directamente activamos el sujeto tecnológico enredado en comunicaciones y consumo de información. Por consecuencia, no hay misterio en lo que comunicamos. No hay abismo entre nosotros, solo datos. No hay ensoñación en nuestro encuentro.

Del soñar y del amar

Necesitamos a la noche inmensa para que el sol tenga hogar. Necesitamos aceptar que el sujeto es una ficción sin fondo, un movimiento sin sustancia, y solamente así, sabiendo que en esencia somos «nadie», solamente así podemos sustraernos a la coagulación social castrante. El sujeto que sabe que no es nadie antes del encuentro, el sujeto que emerge de un nosotros anterior, se escurre de las garras de la sumisión, pues no hay por dónde cogerlo. Hay una libertad en relación al sí mismo que es la vida propia de la identidad. Una identidad que no sueñe no tiene vida. Una identidad que no descansa en la alteridad es solo ficción jurídica, política, social.

Necesito soñar, necesito que sueñes, para que nosotros tengamos sentido. Necesitamos que el mundo sea un encuentro entre mundos para sentir que existir merece la pena. La alternativa es una interminable conversación competitiva acerca de quién sufre más, quién sufre menos. Para que el sufrimiento no sea el punto cardinal del pensamiento, necesitamos danza. La danza es un encuentro con el espacio. El espacio es un encuentro con el sueño. El sueño es la posibilidad del otro. El otro es la condición del amor. El amor es solo una palabra si no se danza. La danza es una práctica del amor.

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