La insana vanidad de los guerreros. La gran batalla de nuestras vidas (2/4)

Amamos a la humanidad en general para no tener que amar a los seres en particular.
Albert Camus

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Foto de Raúl Bartolomé. Alma negra 40º.

El confinamiento es el escenario donde se libra la gran batalla de nuestras vidas. Somos héroes solidarios por retirada. En esta situación de excepción, se agudizan los valores viciados que sustentaban y sustentarán nuestra vida en común. Es un momento oportuno para profundizar la crítica a la política. No tanto de participar en la guerra de números de los políticos y sus ciudadanos crispados, sino para sumergirnos en las aguas profundas ahora que los escollos aparecen por mayor claridad. En el primer texto, quise aludir a una libertad que no ofrece rendimiento, que no es útil ni un instrumento de los que Nietzsche llamaba los últimos hombres, esta vida enferma que disfraza su no querer vivir en no querer morir. En este segundo texto, sin entrar en debates acerca de soluciones políticas y futuros posibles, sueño con que podamos poner nuestros ojos de acuerdo acerca del problema. Estar de acuerdo acerca de los términos del desacuerdo. Pensar la diferencia.

*

Año 2008. Ciudad de Granada. Entra Eduard Vinyamata en el aula del Instituto de Paz, democracia y conflictos de la universidad donde impartirá un curso de conflictología. Comenzó más o menos así: Los intelectuales estáis acostumbrados a reuniros con gente que piensa igual que vosotros. Se hacen congresos donde todos alaban la paz. Hay conflicto, discusiones y hasta enfados, pero en la base se está de acuerdo: la paz es buena. Estoy aquí para hablaros de otra cosa: ¿Cómo hablar de paz en una montaña en la selva con jefes guerrilleros que no la quieren?

Hoy, hay que hablar de muerte, nosotros que no la queremos. Y empezar diciendo que la muerte no es el problema real. A pesar del continuo y ridículo recuento de muertes, y a pesar de las milenarias fábulas de inmortalidad que hilvanan la narración de nuestro ser-en-común, el asunto que nos desune aquí no es una guerra a muerte. Tampoco se trata de un sacrificio masivo al dios Salud. Salud y no-muerte son cortinas de humo, y numerosos son los embriagados. Podemos comprender nuestra sociedad a través de sus guerras. Y aquí, se trata más de vanidad que de sanidad.

*

A finales de los ’90, en Sarajevo, Vinyamata y su equipo organizaron una fiesta para reunir a los adolescentes de los distintos clanes con el objetivo de diluir la crispación entre los diferentes grupos que salían del conflicto armado. La fiesta sucedía en un puente.

Al finalizar la fiesta, francotiradores asesinaron a unas cuantas personas cuando abandonaron el puente para volver a su hogar. En los Balcanes, si los francotiradores dejaban a sus víctimas lesionadas de por vida sin matarlas, su prima pecuniaria se multiplicaba. Vinyamata sentenció: Eso es el terror, matar a niños manteniéndoles con vida.

Así se genera terror, matar dejando con vida. (Y así se genera dinero.)

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Terror. Tierra. Pavor. Pavimento.
El mundo es el lugar donde morirás. Caes y el suelo es un abismo. Las sociedades de los últimos hombres, que quieren un presente perpetuo y una juventud eterna, procuran cubrir la tierra de seguridad y encubrir la vida de inmortalidad. En vano. La muerte no es un enemigo, ni el mundo un lugar hostil. En la batalla entre el mundo y el ser humano, escribe Bachelard, no es el mundo el que empieza. Las sociedades de los últimos hombres están en guerra contra el mundo, desde algunos milenios, y cada batalla que ganan la vida pierde. Crecen los números: más seres humanos con más años de existencia por delante, los ricos son más ricos y los pobres son más numerosos y la biomasa de la clase media también crece. Pero pierde la vida naciente. Gana el miedo al futuro y ganan los futuros desesperanzadores.

Muertos en vida. Últimos hombres. Seres que han cesado de nacer. Hemos abandonado el puente entre pasado y futuro persiguiendo el sueño de un presente perpetuo e inmortal y, en este no-lugar, nos matan manteniéndonos en vida.

*

¿Darías la vida para no morir?

*

En nombre de la Vida que no muere, se someten a las vidas de carne, huesos y sueños. Cuando el enemigo es la muerte, tú que naces y mueres, tú que llevas dentro de ti el principio que te hará morir, eres parte del enemigo. Para Salud y Vida con mayúsculas, enfermedad y muerte son los enemigos. Tú colaboras con los enemigos. Eres sospechoso. De hecho, eres ya medio culpable por encarnar algo que humillará a la Inmortalidad que las sociedades fantasean en su base. Ser de carne y hueso, eres el enemigo de la sociedad que se basa en valores ficticios. Nuestra energía vital, que prefiero llamar nuestro cuerpo naciente, está siendo continuamente expropiado y puesto al servicio de las ficciones mediante las cuales las sociedades justifican la dominación del mundo. Sacrificamos nuestra vida a una batalla contra la muerte y la naturaleza. Contra nosotros mismos. Damos la vida para sentirnos solidarios de algo que no muere.

*

En las guerras de Irak y los años que las siguieron, se estima que murieron alrededor de medio millón – 500 000 – de niños como consecuencia directa de la intervención militar de Occidente. Al inicio de la primera guerra del Golfo, un noticiero inglés arrancó con estas palabras: Nosotros, automovilistas occidentales

No tengo coche. Ni carnet. Ni me gustan que las ciudades que habitamos sean templos de adoración al motor. Sangre de soldados, sangre de niños, sangre de tierra, tal es el combustible. Solo en la fantasía nos enfrentamos a la muerte. En realidad, como Vinyamata, gestionamos muertes, y con algunas de ellas estamos muy cómodos. Con las que no vemos. Ahora como antaño. La Vida y la Salud son cuentos, y los cuentos sirven para apaciguar a los niños, o para dormirles. Nunca se trata realmente de salvar vidas ni de impedir muertes. Se trata de someter la tierra y las criaturas que nacen de su barro.

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Gestionar muertes es la fundamentación del poder soberano. Elegir quien muere y quien vive es la definición de la tanatopolítica. No es ningún drama reciente. Hace siglos que vivimos en ella. En los años ’70, Noam Chomsky y amigos quisieron boicotear el pago de impuestos. Si pagas impuestos en el primer mundo, si pagas IVA, si cotizas, si consumes, tu estilo de vida descansa sobre la explotación y la muerte diaria. Votar, comprar, pagar alquiler, vivir aquí es asesinar. Nuestra forma de vida asesina. Vivir en el primer mundo mata.

Este confinamiento salva vidas y quita otras.

El bien no es evitar la muerte. Y evitar la muerte no nos ubica por defecto en el lado del Bien. El confinamiento mundial, al detener campañas de vacunación, implica directamente la propagación de la polio en Asia menor y África en miles de niños. Miles de niños vivirán vidas mutiladas para que podamos creer que evitamos muertes inevitables. Y pronto volveremos a conducir coches que son tumbas veloces. Si quisiéramos evitar muertes, la absurda y asesina potencia de los motores de los vehículos privados sería una vergüenza del pasado. La velocidad no debería ser una responsabilidad individual sino colectiva e industrial. Imagínense si el fogón de la cocina contaría con una potencia del 1 al 10. Para cocinar alimentos solo serían pertinentes las tres primeras potencias. Y al superar el grado 6 o 7, la llama saliente de la cocinilla mediría más de un metro y podría encender el techo, la casa, el inmueble. ¿Quién quisiera vivir en edificios dotados de estos fuegos? ¿Quién quiere caminar entre coches que potencialmente pueden ir a 300 km/h? La industria automovilística invalida cualquier argumento político fundamentado en el deseo de evitar muertes evitables. Si queremos entender la marcha actual del mundo donde caminamos, habrá que buscar en otro lugar.

Otro argumento, entre los centenares que están disponibles, para refutar la superioridad moral de las instituciones que rigen nuestro ser-en-común: el hambre. Un solo dato. Desde el inicio de la pandemia, en el mundo se han muerto más niños de hambre que adultos con covid. No creo que se haya tratado jamás de solidarizarnos para impedir muertes evitables. Acabar con el hambre es posible y factible desde décadas. Evitar muertes evitables nunca antes ha interesado a mucha gente, ni ahora. Ni solidaridad en frente de la muerte, ni sanidad frente a la enfermedad. Podemos contemplar la situación desde otro ángulo: se trata de vanidad.

No es cuestión de hacer la moral. Más bien tomar como punto de partida la hipocresía que nos hemos tatuado en el corazón.

*

La cuestión no es decidir quien muere y quien vive. La cuestión no es una contabilización de muertes ni el nauseabundo utilitarismo que cuenta años de vida. La cuestión que nos ocupa es la visibilidad de la muerte. No queremos verla porque nos fascina.

El problema que nos confina en casa es el desbordamiento de los sistemas de salud de países desarrollados. Se ha dicho a menudo, de mil formas posibles. El problema no es un virus que mata. Es el desbordamiento de los hospitales. La vanidad de nuestra sociedad es lo que está en juego. No queremos ver la muerte en los pasillos del hospital. Ningún gobierno sobreviviría a la imagen mediática de cadáveres acumulándose en la entrada de los centros hospitalarios.

Se trata de una batalla para salvar la cara, para proteger el monumento que nos hemos elevado a nosotros mismos, se trata de imponer nuestros mitos al mundo. Esta batalla, como todas las de esta guerra de los últimos hombres contra el mundo naciente, es un espectáculo, es una batalla mediática para transformar la vida en una imagen.

*

Me pregunto en qué tipo de sociedad estaríamos viviendo si, en vez de movilizarnos todos frenéticamente en contra de la muerte, sacrificando nuestra vida en el trabajo, el consumo y el expolio, sencillamente trataríamos de no asesinar. De no participar de lo inaceptable. De no ser turista en un planeta de recursos. De no explotar seres humanos, criaturas, naturaleza e imaginación en beneficio de valores ficticios que no son sino miedo, resentimiento y odio al mundo disfrazados en discursos bonitos. Me pregunto cómo viviéramos si abandonásemos este vanidoso deseo de ser reconocido como seres superiores. Cómo sería vivir aquí si dejásemos de hacer la guerra al mundo. Me pregunto cómo viviríamos si la idea de Vida eterna nos resultase espantosa. Si concibiéramos la Vida eterna como una maldición. Me pregunto cómo sería vivir en sociedades que no toman la experiencia de la vida mortal como enemiga sino como un regalo que se recibe y debe entregarse embellecido. Me pregunto cómo sería vivir colectivamente enamorado de la belleza de la existencia más que asustado por su carácter transitorio.

*

0. La gran batalla de nuestras vidas
1. Liberación por descontado
2. La insana vanidad de los guerreros
3. La solidaridad postmortem
4. El entusiasmo cínico

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6 respuestas a La insana vanidad de los guerreros. La gran batalla de nuestras vidas (2/4)

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  2. Pingback: La gran batalla de nuestras vidas (0/4) | BUTOSOFIA

  3. yuumiiyoo dijo:

    Y se escuchó una voz que decía :pasen y vean «El mayor espectáculo inmersivo del mundo» . » lo nunca visto hasta ahora», «Directo a las pantallas de sus hogares y sin moverse del sofá»

    Me gusta

  4. Pingback: La solidaridad postmortem. La gran batalla de nuestras vidas (3/4) | BUTOSOFIA

  5. Pingback: El entusiasmo cínico. La gran batalla de nuestras vidas (4/4) | BUTOSOFIA

  6. Pingback: La guerra contra el tiempo (o la humanidad que no vale la pena). Post scriptum a la gran batalla de nuestras vidas | BUTOSOFIA

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