Un cuerpo sin mundo no es un cuerpo

No quiero hablar de cómo están las cosas. Quiero mostrarte cómo surge la cuestión.
Erich Kästner

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Fotografía de Raúl Bartolomé en Alma negra edición 42º, Portugal 2018.

Quiero llamar la atención sobre una desaparición inquietante. No es fácil percatarse de las ausencias. La fe cuasi absoluta que depositamos en nuestros ojos no nos ayuda. Ver lo desaparecido exige que nuestra mirada se ponga al servicio de la intuición pues las ausencias no se ven, se sienten. Es aun más difícil cuando, mientras algo se desvanece paulatinamente, no cesan de señalar el resplandor de lo que aparece con mayor claridad. Viejo truco de ilusionista: todo lo que brilla sirve para esconder lo importante que transcurre en la sombra.

En los últimos siglos, en las representaciones científicas del cuerpo humano ha ido desapareciendo el mundo. El espacio donde se presenta el cuerpo humano se convirtió en una página en blanco. Para los primeros anatomistas de la historia reciente, para De Luzzi, Albinus, Vesalio, Bidloo, Cheseldon, etc, representar un esqueleto sin presentarlo en el mundo era inconcebible. En sus grabados y dibujos, la figura siempre posaba el pie sobre la tierra, apoyaba el brazo sobre una consola, sus músculos salían de un libro, incluso algo de dolor se filtraba a través su piel desgarrada. Da Vinci es un caso particular y reflexionaré en torno al espacio geométrico que acoge sus dibujos anatómicos en otra ocasión.

Hoy en día, la ciencia describe nuestro cuerpo como si pudiese existir sin mundo. Sería de mal gusto ahora añadir estas jarras, helechos, bustos y rinocerontes que acompañaban los esqueletos de antaño. Para los padres de la anatomía, representar el cuerpo en el mundo era esencial. No había vida sin mundo. Para nosotros, síntoma del triunfo del nihilismo, el mundo es accesorio, una cuestión secundaria, algo que estorba. Cualquier paisaje para acoger un dibujo anatómico sería un decorado condenado al patetismo.

El nihilismo es el deseo activo de negar el nacimiento del mundo de la vida y anular el sentido. La evolución de los dibujos anatómicos hacia un cuerpo sin mundo forma parte de su avance exponencial en los últimos siglos. Reducir dimensiones, anular planos, tapar brechas, cerrar aperturas, ahogar brotes, igualar diferencias, nombrar el nosotros – el nihilismo odia lo abierto.

Danzar – en su versión más noble es decir improvisada – es afirmar el nacimiento de la vida que nos atraviesa. La danza naciente, mientras escapa a los aparatos de captura, apropiación y explotación, agrieta todos los diques y muros que nos encasillan en un mundo empobrecido. Este nacer tiene que manchar las páginas blancas de los libros de anatomía donde pretenden enseñar que el cuerpo existe sin mundo. Esta conceptualización científica del cuerpo abstraído carece de sentido, pues el sentido es siempre una relación al mundo.

El fundamento del cuerpo humano es su ser relacional y estás relaciones que nos constituyen se disponen, despliegan, distancian, abren. Nacen. La esencia del cuerpo es un nacimiento plural. La anatomía piensa el cuerpo humano no desde la relación sino desde la sustancia y lo piensa en su individualidad. Para ella el mundo es circunstancial. Para ella el mundo es un receptáculo estático. Nihilismo: anulación del movimiento ontológico, cancelación del nacimiento. La danza que piensa es una rebelión contra la desertificación que padece nuestra época.

En el último siglo, bajo el leitmotiv filosófico de pensar desde el cuerpo, la danza se emancipó de los pedestales y corsés. Desde medio siglo, toda una serie de prácticas corporales, que podríamos agrupar bajo el epíteto de somática, reivindican una revolución filosófica de la cual sin embargo son indignas. El cuerpo no tiene nada que ver con un libro de anatomía. Pensar desde el cuerpo es pensar desde la experiencia del cuerpo, en el seno del mundo, es dejarse atravesar por el medio, es resonar sin imponer un modelo al resonante. Pensar desde el cuerpo y pensar desde el mundo son sinónimos. Merleau-Ponty no quería decir otra cosa hablando de la carne del mundo. El cuerpo que piensa y que danza no es una sustancia científicamente descriptible. El cuerpo no es una sustancia que se mueve. El cuerpo es movimiento.

Estos cuerpos que se exploran mediante los filtros de libros anatómicos donde fue borrado el espacio, sean Sobotta, Anatomía para el movimiento, libros de yoga y los que utilizan casi todas las técnicas somáticas contemporáneas, Gray, etc., ahondan en la pérdida del vínculo fundamental que nos une al mundo. Son técnicas de mejoramiento del yo. Pulen la celda. Están enfocados en hacer más feliz. Se trata de sentirse bien. En apaciguar. Cuerpos sanos en mundos inmundos. Sonrisas sedadas en medio de inmundicias. Escribió Cioran: Cuanto más intenso es el deseo de estar feliz, más grande es la distancia que nos separa del paraíso. El Edén es un jardín. Conocer el camino que recorre la manzana de la boca al ano nunca te llevará al árbol. El monje Chogyum Trungpa invitaba a desconfiar de todo el budismo que pone el foco en empatizar con otros. La separación abismal entre tú y el otro, decía, es una consecuencia de una separación anterior. El corte fundamental y el germen de nuestro desamparo es la separación del yo y del espacio. Todos los caminos de libertad y dicha han de lanzar puentes entre yo y el espacio no como entidades separadas sino como continuación diferencial. El cuerpo como parte del espacio y el espacio como movimiento vivo. No sirve la consciencia de la sala y la presencia al cuerpo: solo sirve el lugar donde el uno se vierte en el otro. No sirve cultivar el yo y entrenar su relación con el espacio. Sirve leer el yo y espacio en su copertenencia y como un despliegue del nosotros anónimo y insumiso. Todo cuerpo que no es en primer lugar una relación al mundo es una tumba.

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