He perdido el rastro de la persona que ofreció esta definición del butoh, definición tan llana, tan material y tan cruel al mismo tiempo: butoh es tener la espalda igual de viva que la parte frontal. A nivel sensorial, a nivel de la precisión de los movimientos musculares, a nivel incluso de la imaginería mental, ¡cuán lejos parece estar nuestra espalda! La vida ajetreada que hemos adoptado masivamente en las últimas décadas, vida materialista contra la cual el butoh se opuso en su movimiento original, nos hace vivir como adelantados a nosotros mismos.

Fotografía de Esther Martínez.
El deseo insaciable que cuelga del ombligo de quienes se esfuerzan en ser individuos completos genera una suerte de llamada de aire que a su vez desencadena un movimiento frenético en cuya vorágine perdemos la noción del vacío que nos mueve. Algunos corren de sol a sol, de higos a brevas, en las carreteras de las ciudades, otros se comportan tales don juanes con la atención continuamente puesta en su próxima presa, otros devoran libros sin digerirlos nunca o navegan incansablemente atrapados en un red virtual donde la información y el saber se divorciaron de la sabiduría. Existimos esclavizados a nuestra propia representación. Vivimos como burros obsesionados con una zanahoria que nunca alcanzaremos. En la persecución de esta falacia que nos moviliza desde la ansiedad, desaparece nuestra espalda, se esfuma el pasado, se mengua la fuerza que nos empuja desde el fondo de los tiempos.
En esta definición y otras similares como butoh es tener los pies tan ágiles como las manos, se comprende la danza butoh no como una técnica sino como un horizonte. En este sentido, el butoh es una invitación a la humildad del no-saber. Sloterdijk, en sus maravillosas conferencias Venir al mundo, venir al lenguaje, con su típico talento narrativo para la filosofía, ubica la verdad propia entre los dos omóplatos. Como Orfeo, nos es imposible mirar. Uno no puede ver su propia verdad por sí mismo: solo dejándose atravesar por lo que le pulsa y compartiéndolo puede desvelarse la verdad que lo moviliza desde la necesidad. Como el ángel de la historia de Benjamin, nos es imposible parar. En su disolución en el espacio naciente, el butoh nos invita a prestar atención a lo que no podemos ver, a seguir el movimiento que sucede a pesar de nuestra voluntad, como dinamizado por una necesidad inmemorial.