Ninguna criatura es su propia sustancia.
Jean-Luc Nancy
Afrodita nace de las espumas del mar, mezcla de divinidad y materia. Nietzsche presagiaba que los filósofos del futuro serían extrañas mezclas de sabiduría y animalidad. Si bailar es hacer el amor a la vida, cabe preguntar por lo que nace del encuentro pasional entre la danza y su amante. En mi opinión, si alguna expresión permite señalar el mayor potencial del butoh, es la de danza del nacimiento. Butoh: danza que da a luz.

Fotografía de Raúl Bartolomé. Verano del 2016.
Llamo arte de nacer la práctica somático-filosófica que desarrollo a raíz de los trabajos, por una parte, de Nietzsche, Sloterdijk, Nancy, Quignard y Esposito, que entienden todos la vida como un fenómeno del nacimiento, es decir que entienden la vida y el ser en su estado naciente. Se trata de un cambio de perspectiva con relación a la comprensión convencional de la realidad – para la cual un espacio-receptáculo acoge objetos y unidades de existencias – que dinamita la estrecha visión del mundo que nos avasalla. Para el pensar naciente, el nacimiento no es un momento en la vida sino que la vida se concibe como una fase del nacimiento. El ser nace y en el seno de este nacimiento también surge algo que llamamos vida.
Por otra parte, la investigación que propongo es heredera directa de múltiples prácticas de improvisación en danza enfocadas a la liberación. La libertad no se enseña sino que se da a luz. Enseñar se convierte en un arte de comadrona, de ayuda al parto, al nacimiento. La combinación de estos dos corrientes – la filosofía natalicia y la improvisación, en especial el butoh – en mi investigación dio a luz a la expresión ars nascendi para nombrar unas prácticas que deben mucho al butoh y cuyo propósito es el desarrollo de una filosofía práctica, de una praxis en movimiento capaz de enamorar la animalidad con la sabiduría. Una butosofia…
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La mujer tiene los ojos rojos, su pelo sudado se pega a su cara hinchada, chorros de baba se quedaron pegado sobre sus mejillas y su mentón. Cuando no está clavando sus dientes en un trozo de tela, grita hasta más no poder. Con la fuerza de un oso en su mano, estruja los huesos de los dedos de la persona que la acompaña. Está despatarrada, perdiendo sangre, orina y heces de tanto empujar. Una diminuta antigüedad asoma la cabeza desde el seno de su vientre. Entre llantos, dolores, éxtasis y viscosidades un bebé está naciendo. No debemos buscar más belleza en el butoh que en un bebé que nace.
En un cuerpo en diálogo con la gravedad, algo desconocido se manifiesta en las sensaciones corporales. Algo oscuro, innombrable, algún demonio agarrado al brazo izquierdo, tal vez un gigante colgando del codo, o un dragón anidado en el hombro, o una niña del siglo XVI que nunca se enteró que la quemaron viva sujetándose de la mano. La sensación es real, la imagen o el sueño importa poco mientras permanezca abierta esta dimensión – la dimensión areal que subyace a la realidad convencional, el subsuelo del cuerpo.
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Como si dijera…
No me interesa saber lo que piensas pero me fascinan tus ojos cuando veo el pensamiento, me embrujan tus manos mientras vas tirando del hilo de una comprensión incipiente. Es totalmente irrelevante para mí el contenido de la fantasía o del sueño donde tu danza se desenvuelve pero es absolutamente necesario que haya sueño para que podamos compartir el espacio. No tengo opinión acerca de lo que piensas, no me importan tus sueños, y al mismo tiempo quiero con todo mi ser que pienses y que sueñes. Formulado de manera menos provocativa y con un tono rosado: quiero que estés vivo y que tu vida sea lo más libre posible. Que pienses y que nadie tenga que validarte, que sueñes sin esperar ninguna confirmación. Que seas real y sujeto a ninguna verdad.
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El butoísta deshace los nudos que lo atrapan, vuela con el dragón, pelea con el gigante, bendice al demonio, adopta a la niña, se esfuerza para encontrar un patrón de resonancia que proporcione más sutileza, más ligereza y más raíces. Topándose con subcuerpos (tendencias subconscientes fisiológicamente ubicables, a menudo formadas por un complejo de sensaciones, por redes y rizomas de información anidada en la oscuridad del cuerpo), el butoísta se preocupa por la gestación, por parir a tiempo y se asegura de que el nacimiento tenga lugar en la escena apropiada. Así se pare a sí mismo, se libera de lo que es, haciéndose cada vez más transparente, cada vez más vacío, cada vez más oceánico, dando a luz a eso que desconocemos y que mal llamamos vida. Los seres nacientes no son su propia sustancia, como escribe Nancy, sino puentes entre lo que precedió y lo que vendrá.
Precioso Jonathan. Es imperioso este nacer constante y volver a la vida aunque se nos esfume por los poros todo el tiempo. A base de salir del limbo mortecino supongo que podremos mantenernos cada vez más tiempo en la vida vibrante, bella y brutal.
Gracias por tu acompañamiento para parir en confianza y libertad.
Besos
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gracias 13,
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