No estáis solos, repetía Kazuo Ohno a sus estudiantes, compartís vuestro cuerpo con muchos, muchos otros. En su Pequeño tratado de inestética, Alain Badiou nos invita a pensar a la altura de nuestro tiempo y, para el filósofo francés, ello significa inspirarse en Pessoa y mutar la famosa frase de Rimbaud “Yo es otro” en “Yo son otros”. Cada uno de nosotros es una multitud sin solución de continuidad, sin unificación posible ni deseable. Multiplicidad sin Uno.
Mientras Rimbaud no se reconocía a sí mismo, Pessoa se reconoce en muchos. Uno renuncia a la unidad y el otro descubre la multiplicidad. Si con Rimbaud hemos aprendido a asumir que el yo es un efecto de superficie que no representa en absoluto su profunda interioridad, con Pessoa el reto pasa a saberse múltiple y contrastado y asumir una riqueza del ser resistiéndonos a ceñir esta riqueza en la pobreza de un sentido único.
Sosiego de Coracor Danza. Foto Esther Martínez Rey.
En el aula de danza podemos invitar a estas tendencias subconscientes, cuerpos apartados y personajes del subsuelo que no tienen voz reconocida en la personalidad asumida. Hay que mutar la voz del yo en coro sin que la locura resultante quede atrapada en las instituciones de control social. Hay que comprender el yo, como proponía Peter Sloterdijk en Crítica de la razón cínica, como una bóveda de comunidad. El yo ya no es el señor de la casa, urdido de represión y control, sino un conciliador, una paraguas, una pantalla. El butoh es una locura conscientemente inducida.
¿Cómo poner en relación la danza del subconsciente y la vida cotidiana y consciente? ¿Cómo dejar la vía libre a nuestras partes negadas u olvidadas sin que su entrada en escena reviente el yo de cabo a rabo, sabiendo que tal destrucción nos arrojaría en las garras de las instituciones más opresivas? Y, por otro lado, ¿cómo reconocerse en el espejo sin estrangular la multiplicidad que pulsa en las entrañas? ¿Cómo presentarse al mundo siendo fiel al océano insondable donde navega mal que bien la diminuta barca del yo? En definitiva, ¿cómo ser muchos sin ser meramente dual?
¿Cómo desvivirse sin abandonarse a la decadencia?
Hace medio siglo, del encuentro entre el artista Kenneth Snelson y el arquitecto Bucksminster Fuller se originó el concepto de tensegridad, neologismo nacido de la contracción de la expresión inglesa tensional integrity, tensegrity. Las estructuras de integridad tensional están compuestas por dos fuerzas en contraste, tensión continua y presión discontinua (o compresión o empuje), organizadas de manera a aprovechar la mínima fuerza para la movilidad y la estabilidad de la estructura. En palabras de Fuller, una estructura tensegrítica son “islas de compresión flotando en un mar de tensión”. La red tensional continua redistribuye las fuerzas de empuje en toda la estructura. Una ínfima variación de presión en algún punto modifica el sistema de tensión por completo. Snelson consiguió esculturas que parecen flotar en el aire y Fuller elaboró construcciones capaces tanto de resistir a terremotos como de bailar con la brisa otoñal. Fuerza y sensibilidad. En Vías anatómicas, Thomas W. Myers imaginó la biotensegridad concibiendo a los huesos como fuerza de empuje y la miofascia, que envuelve a los músculos, como red tensional.
Un globo de aire es una estructura tensegrítica sencilla. Las moléculas de aire en su interior empujan hacia fuera y la piel del globo en tensión distribuye la fuerza a la integridad del sistema. Un cambio en el juego de fuerzas, desde dentro o desde fuera, redibuja el patrón de tensión del globo. En un cuerpo integrado, un movimiento en el pie moviliza toda la columna hasta el cráneo y hasta la llema de los dedos.
Podemos aproximarnos a la mente humana desde el prisma de la tensegridad. La identidad consciente, el yo que se narra a sí mismo, sería la piel del globo y el subconsciente sería el aire que empuja para salir. Escribió Jean-Luc Nancy que el ello freudiano es el mundo mismo, que el subconsciente es el mundo. El aire contenido en el globo es el mismo aire que contiene el globo. Subconsciente y mundo coinciden. Como la piel del globo, el yo es una membrana fina mantenida en tensión por el juego de presión entre dentro y fuera. Quien se piensa a sí mismo como una sustancia llena ajena al mundo exterior (yo en el espacio) pierde contacto con la fuerza anónima que empuja los cuerpos a seguir naciendo. Quien se libera del yo de manera repentina cae en la indiferenciación, empobrece el mundo y aborta sus posibilidades de creación.
Bailar butoh implica acercarse a la personalidad comprendiéndola como una bóveda donde fuerzas en pugna insisten hacia fuera, modulando así su forma y su patrón de resonancia de acuerdo a la combinación y al conflicto entre dentro y fuera. Poner el conflicto interno en juego con el mundo. El yo como campo de batalla donde sólo la sensibilidad (mejor sería la sensitividad) inteligente permite salir airoso. Combinar la guerra en las entrañas y la guerra con el mundo de una manera que genere dignidad, elegancia y sabiduría cruda (para no decir cruel). El yo como biombo para una multiplicidad loca, creadora e imprevisible.
Gracias.
website: http://www.ferychar.wix.com/site facebook: Fernando Nicolás Pelliccioli
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