La tripulación originaria. Sobre la importancia de vivir medio muerto



Cuidémonos de decir que la muerte está enfrentada a la vida. El vivo es sólo una especie de muerto, y una especie muy rara.
Friedrich Nietzsche, Gaya ciencia

La embriaguez y el silencio

Siento nostalgia por una memoria enterrada, inasequible, totalmente olvidada pero absolutamente innegable. Anhelo, en todos mis vicios y todos mis aciertos, reactivar lo que imagino como la violenta embriaguez de la primera inhalación. Este anhelo de vivir ahí donde la vida se desasfixia radicalmente camina de la mano de otro deseo esencial al movimiento: la paz de la última exhalación. Este último deseo, desear no desear nada en el momento del gran salto, resulta más difícil de cuidar. Su carácter paradójico no facilita su fomento. Anhelo dejarme caer (surgiendo) en el gran abismo con una mente tan inmensa como el cielo y tan tranquila con la niebla del alba entre los pinos de la montaña un día sin viento.
Y entreno en cada instante de cada día: la inhalación sabe a vida pura, la exhalación presagia la vasta muerte. Inhalo embriagado por un gran Sí, exhalo en silencio.

Divértigos, Aula Nostra en Teatro Pradillo. Foto de Raúl Bartolomé.

El deseo de saltar

Él me cambió la vida. Un pensamiento bien expresado, de manera concisa y en el momento justo puede tener el efecto de una bofetada iluminadora. Conversábamos en el puente de la Confederación que une Québec y Ontario. Lo cruzábamos cada día, desde nuestro piso de Hull hacia la universidad de Ottawa. El río de los Outaouais a esta altura es ancho, profundo y rápido. Entre las tablas de madera que pisábamos podíamos vislumbrar la muerte fluyendo por debajo. Le confesé el vértigo que me acompaña desde dónde alcanza mi memoria. Tengo miedo a caer y sin embargo este miedo me atrae. Me gusta tener miedo de las alturas, siento que ese miedo me vivifica. Respondió: No tienes miedo de caerte, tienes miedo de saltar.

En ese momento comprendí corporalmente la atracción hacia la muerte. Soy sensible a los encantos del suicidio, de la muerte elegida por dignidad. Y soy adicto a la vida. Ya entonces era consciente de estas dos fuerzas en mí, por lo menos desde la adolescencia. Con el miedo a saltar que me mostró mi amigo, comprendí que ambas fuerzas confluyen cuando antes las entendía como antagónicas. Comprendí en el cuerpo que vida y muerte están enamoradas. Es decir: una escisión insalvable aconteció entre mi pensamiento encarnado y la sociedad que me formó. La oposición belicosa entre la vida y la muerte es una de los pilares de nuestra civilización. En la visión simplista hasta la imbecilidad que se nos impone, la muerte sería el mal absoluto, la inmortalidad la promesa la más apetitosa. Aquí se vive para no morir. Pero yo quiero saltar. Quiero vivir y quiero algún día querer morir.

El sueño de la muerte

Si quieres vivir, dijo Paul Valéry, también quieres morir. O no entiendes bien lo que es la vida. Nuestra civilización progresa fundamentada en una mentira, en un error poético, en una guerra que solo genera desdicha. Avanzamos en una dirección sin sentido. Esto hoy en día es obvio por doquier. Ninguna de las propuestas políticas que se oyen en la plaza del mercado, el parlamento, los periódicos o las redes sociales atiende el fallo fundamental. Cuidémonos de decir que la muerte está enfrentada a la vida. El vivo es sólo una especie de muerto, y una especie muy rara.

Hay un mundo invisible que siempre persiste. Como por debajo de las cosas y los seres, instante tras instante, hay un origen abriéndose. El silencio nunca se va. Permanece imperceptible sumergido bajo nuestras habladurías. Cuando callamos, sigue ahí presente porque nunca se fue. De igual modo, la luz no aniquila la oscuridad. Ésta sigue ahí, por detrás, por debajo. Soplas la vela, apagas la luz, se pone el sol, y enseguida, porque nunca dejó de estar ahí, la negrura aflora. Pasa lo mismo con la imaginación. Descarrillas la lógica, haces tambalear la razón, calmas las ansías, las prisas, muestras la brecha en la puesta en forma ciudadana del mundo y la imaginación emerge con fuerza. La imaginación no es un añadido al pensamiento sino su substrato. La imaginación es el órgano que nos permite captar algo del mundo real que compartimos. Un pensamiento desprovisto de imaginación no está vivo, es pura información, puro algoritmo, error absoluto. Cada noche, cuando desconectamos el ciudadano que nos esclaviza a través de nuestro nombre, los sueños manan detrás de los ojos donde nunca dejaron de estar.

A la imagen del silencio, de la oscuridad, de la imaginación y los sueños, la muerte no está al final de la vida. No comienzo a morir cuando dejo de vivir. La muerte está aquí ahora mismo, constantemente, por debajo de esta capa tan extraña que llamamos vida.

Cuando callamos y atravesamos la primera zona de incomodidad, descubrimos que del silencio mana mucha música. Cuando cerramos los ojos y franqueamos el vértigo de la soledad, vemos como la oscuridad brilla. Cuando renunciamos a tener la razón como fundamento, por debajo de nuestros pies la poesía florece. Escuchar los sueños es como darse un baño en el océano del entendimiento. Cuando cesamos de elegir un bando en la guerra entre vida y muerte que las sociedades inventan e imponen para justificar su dominio sobre los cuerpos, el reino de la muerte se llena de posibilidades, viajes, silencios, noches y estrellas.

Los primeros barcos que se fabricaron servían de tumba para cuerpos venerados. Los primeros tripulantes eran cadáveres. Los primeros marineros vivos se lanzaron al mar porque querían conocer el lugar adónde van los muertos.

Solo hay viaje real desde el anhelo de la muerte, el cual florece lejos y alto fertilizado por el amor a la vida. Amar a la vida es amarla enteramente, es entrenarse en saltar. Se salta mejor desnudo, ligero, sin carga, ni deuda, ni ropa, ni opiniones, ni identidades.

No vivamos una vida donde nunca vemos el otro lado. No vivamos una vida que no viaje hacia lo desconocido. No seamos turistas en un mundo asfixiado. No vale la pena vivir para instalarse en una ficción estática. Vivir de verdad es nacer. En nuestro nacer, guardemos sitio para la oscuridad, la poesía, la ensoñación. Nuestro nacer es una continuación del origen y la fuerza del origen viene de toda la vida que nos precedió. Danzar butoh es no permitir que el origen desaparezca. Se trata de escuchar el peso del cuerpo y oír los susurros sensoriales y oníricos de la vida que se continúa en nosotros.

Dejo la sentencia final a Gaston Bachelard en El Agua y los sueños: Y tú, soñador, que el silencio entre en ti. Cerca del agua, escuchar a los muertos soñar, ya es impedir que se duerman.

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