Atención, ¡mi amor! Para una política del foco

Una monja directora de la escuela elogia el estilo de escritura de una de sus estudiantes, Lady Bird, cuyo apodo sirve de título al filme de Greta Gerwig. Describes la ciudad con amor, le dice la monja. Solo trato de prestar atención, contesta la adolescente. La monja termina preguntando: ¿Acaso son cosas distintas, la atención y el amor?

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Tre3 con Fernando Nicolás Pelliccioli, Carlos Osatinsky y Jonathan Martineau. Fotografía de Raúl Bartolomé.

Existen distinciones obvias entre la atención y el amor pero la pregunta de la monja cristiana dirije nuestra mirada hacia un territorio tan interesante como poco transitado. El amor demasiado a menudo es pura abstracción, especialmente en las personas que afirman sentirlo y que se llenan la boca con una palabra que no saben concretar. No desde aquí, dicen señalando la cabeza, aquí, aseguran golpeando suavemente el centro del pecho con la mano abierta. Eso cuando hasta el refranero popular sabe que ojos que no ven, corazón que no siente. Aunque el sentido primario del refrán apunta a algo distinto, sí que hace manifiesto el vínculo claro que existe entre la comprensión, la visión y el sentimiento amoroso. Vínculo que también se hace patente cuando torrentes de pasión inundan el cuerpo para enturbiar la visión. Visión y pasión se pertenecen. Y si la visión se enseñorea de la realidad, expulsando el soñar y el imaginar que le sirven de urdimbre, el corazón y otras partes más bajas se resecan. Creo urgente que comprendamos que la invitación a no acercarnos a lo real desde aquí (señalando la cabeza) es en realidad el rechazo a una forma muy específica de la racionalidad. Se desacredita la mente y el pensamiento queriendo guardarnos de una forma terriblemente empobrecida de pensar. Y se propone a cambio una manera igualmente empobrecida de amar. Y así fabricamos la historia reciente entre masas de cuerpos colgando de una racionalidad utilitarista, científica y egocéntrica y una minoría que sueña con sentir y amar a ciegas, de manera igualmente egocéntrica, pues no hay salida del ensimismamiento sin trabajo de una visión penetrante.

La atención, si bien no es idéntica al amor, es el puente que une el amor y el pensamiento, la experiencia y su comprensión. La experiencia que no genera lucidez es caos apabullante. La lucidez que no se deja atravesar por el mundo de la experiencia solo puede conocer el desierto de los datos. El amor, según cuentan, es infinito, incuantificable, inasible, libre como el viento, sin dueño. No se puede entrenar el amor, ni observar, ni orientar, ni dominar, ni utilizar. Pero se puede entrenar la atención, fomentar su reino, afilarla, ensancharla, domesticarla. La atención debe servir de puente entre el abismo del cuerpo, donde arriesgan de manifestarse llamaradas de amor, y el infinito del pensamiento, donde destellos de lucidez iluminan el mundo de vez en cuando. Cuando la atención se utiliza como viene dada de nacimiento, se vive atrapado en una especie de mente demente con todos los cabos sueltos. Hay que atar la atención a la experiencia sensible, de un lado, y a la experiencia de la imaginación, en su más noble expresión, del otro lado.

Atamos la atención confiriéndole objetos. Objetos imaginarios posiblemente modificarán la experiencia, objetos experimentables alterarán seguramente el mundo mental. Soy partidario de dejar la imaginación lo más libre posible: a la hora de desarrollar el foco, las escrituras santas y los objetos sagrados tienen tanta pertinencia como la que puede tener una caja de cereales. La fe es una muleta, que la utilicen los tullidos. En cuanto a la experiencia, hay que proyectarse hacia realidades antelingüísticas, hacia experiencias innombrables. El viaje hacia el subconsciente pasa necesariamente por el estudio vivencial, cuyo desarrollo es infinito, de las sensaciones físicas que acontecen en el marco tridimensional del cuerpo. La respiración, el caminar y las acciones cotidianas son el jardín de infancia de este entrenamiento del foco.

El secuestro y la constante violación de la atención, publicidad, televisión, redes sociales, entretenimientos varios, emociones intensas, garantizan que encarnemos la bajeza del pensamiento y la más vil expresión del amor. Sin la inspiración del amor, no hay elevación del pensamiento. Sin danza del pensamiento, no hay florecimiento del amor. En nuestra sociedad, el amor es celebrado y el pensamiento alabado pero la atención es desgarrada, ensuciada, humillada, anestesiada. Si no reconquistamos este puente de la atención, seguiremos siendo mentes esclavizadas y pésimos amantes. Necesitamos una política del foco.

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