El origen de la danza butoh es oscuro. Ni los estudiosos ni los butoístas se entienden sobre la fecha que habría que poner en la partida de nacimiento de la denominada danza oscura. De haber sido señaladas como madres tantas veces, las bombas atómicas se han convertido en tópico. La repetición incesante es una modalidad de la creación de verdades. No obstante, concerniente a lo que nos preocupa aquí, nos haríamos un flaco favor en seguir la luz de los clichés. Según la leyenda urbana, el butoh sería una danza nacida después de la segunda guerra mundial en reacción a las bombas atómicas lanzadas por los estadounidenses sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. La secuencia cronológica es cierta pero adolece de gran imprecisión. Vincular la creación de internet al Watergate o la invención del teléfono móvil a la caída del muro de Berlín sería igual de preciso.
El orden cronológico, cierto por un lado pero muy vago por otro, no nos permite concluir a una relación de causa y efecto. El butoh surgiendo de las cenizas de Hiroshima es una narración que entusiasma emocionalmente pero lo hace dejando en la sombra un entramado de sucesos e intereses de primera importancia.
Kazuo Ohno, Tatsumi Hijikata y Yoshito Ohno, 1960.
Algunos fechan el nacimiento del butoh en 1949 con la Jellyfish dance de Kazuo Ohno. Esta elección tiene la ventaja de vincular directamente el nacimiento del butoh con la segunda guerra mundial. Pues, se cuenta que, ya derrotados, los soldados japoneses distribuidos en barcos e islas a través del océano Pacífico tuvieron que regresar a casa con escasos medios. En el barco donde se encontraba Ohno para volver a su tierra natal, después de haber pasado por una cárcel militar en Nueva Guinea, numerosos hombres murieron de hambre o de enfermedad cuando no de los dos. Sus cuerpos fueron arrojados a un mar plagado de medusas. Cuenta la historia que desde la cubierta Ohno hubiese susurrado en el viento: “algún día os bailaré.” De ahí la Jellyfish dance, o danza de las medusas, en honor a sus compañeros arrojados al mar. También se especula otra versión de la historia, algo más siniestra. En un barco perdido en un mar sin horizonte terrestre donde algunos mueren de hambre, tirar la comida potencial al agua sin aprovecharse de lo que sea no es la mejor medida para alargar la vida y aumentar las posibilidades de supervivencia. En este tipo de situaciones extremas, el canibalismo no es poco común. Estas especulaciones darían, de ser ciertas, otra luz a la frase repetida numerosas veces por Ohno: “Llevo a todos los muertos en mí.” Darían otra luz a las necesidades profundas de bailar que pulsan en el psiquismo y el subconsciente de los cuerpos, necesidades para las cuales el butoh es un portal.
El problema de este seductor cuadro original es que nos falta el detonante del butoh: Tatsumi Hijikata. Si Ohno tiene gran parte de responsabilidad en la difusión y el reconocimiento del butoh como forma de arte a nivel mundial, no aciertan los relatos que lo señalan como padre del butoh, aunque sea en régimen de compaternidad junto a Hijikata. En la década de los sesenta, cuando Ohno desaparece de los escenarios nipones, asegura él mismo que está en búsqueda de su danza. El instigador reconocido del butoh inclusive por Kazuo Ohno, aunque obviamente como cualquier creador tendrá infinitas influencias y precursores necesarios, es Tatsumi Hijikata. Habrá pues que buscar el origen del butoh en su historia.
Hijikata no participó en la segunda guerra mundial debido a su edad temprana. Empezó a bailar con diferentes grupos en los años 50 en Japón. Realiza su primer solo en 58. Consigue su primer escándalo con Kinjiki en 1959, junto a Yoshito Ohno, el hijo de Kazuo Ohno. Kinjiki, Colores prohibidos en castellano, es a menudo señalada como la primera obra butoh. Cuando el gobierno nipón censuró la novela Kinjiki, un eufemismo por homosexualidad en Japón, del escritor Yukio Mishima, Hijikata entró en contacto con Yoshito Ohno para crear una pieza que llevaría el mismo nombre, tratando los mismos temas, poniendo en escena lo censurado. Poner al propio cuerpo en los espacios negados por el poder político: he aquí una genuina indicación del impulso creador de la danza butoh. Aquello que se dice que no existe, ése soy yo. Hacer ver, hacer evidente los puntos ciegos y las zonas oscuras del discurso político sólo puede hacerse mediante una danza oscura, una danza sensible a los efectos de la oscuridad.
Con Kinjiki, tenemos a los personajes centrales, tenemos al desafío político y existencial que late en el corazón mismo del butoh, tendremos tiempo más adelante para detenernos en este desafío, pero nos sigue faltando la palabra butoh. Fue en 1961 que Hijikata recurrió, por primera vez, a la expresión ankoku buyo para nombrar al colectivo de bailarines que lo acompañaban. Algunos comentaristas fechan el nacimiento del butoh en este bautismo oficial.
El afán académico de circunscribir las cosas a lugares y fechas no debe cegarnos con respecto a la sensibilidad que exige de nosotros y de nuestra mirada la danza butoh. La contemplación de la belleza no exige que se la arranque de raíz. Podemos prestar la misma atención al butoh como objeto teórico como a un cuerpo que se propone en escena, tal y como invitaba Kazuo Ohno, vestirse con el universo mismo. Las raíces del butoh son oscuras del mismo modo que el butoh toma lo oscuro como origen. Que así sea. Tenemos una nebulosa de causas y circunstancias sin que podamos indicar exactamente el momento decisivo, a la imagen de un butoísta que ha cambiado de postura sin moverse. ¿De dónde nacen las cosas? ¿De dónde nace el movimiento? Estas preguntas las formulan los cuerpos cuando bailan.
En todo caso, queda alejado de nosotros la fábula romántica que origina el butoh directamente de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. Éstas fueron decisivas en la rendición de Japón, que desembocó en la ocupación estadounidense y la transformación profunda de la vida en la isla del sol naciente. Quince años después del fin de la guerra, en un Japón mutilado y en mutación profunda, empezó a emerger la danza butoh, la danza oscura.
Gracias Querido!
besos crepusculares,
hacia la penumbra
del descanso
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