La terapia de la conspiración

Me sané yo a mí mismo. Hay una condición para ello: estar sano en el fondo.
Nietzsche, Ecce homo
Todo conspira para darle al ser aislado una vida universal.
Gaston Bachelard, El aire y los sueños

Creo que era la segunda o tercera semana del mes de abril de 2011. Estábamos inmersos en la búsqueda del cuerpo del fondo o cuerpo inferior (bottom body), el cuerpo más reducido, comprimido, el cuerpo mínimo. Un poco como si nuestro cuerpo cotidiano fuese un genio deseando volver a entrar en su lámpara. Nos estábamos retorciendo, contorsionando los miembros, reduciendo el torso, comprimiendo los órganos, liberándonos de cualquier idea de forma, perdiendo la cara, deformando los ojos, lengua, manos, pies.
Como cada semana se publicaron en la página de la escuela algunas fotografías tomadas durante las sesiones. Un amigo, involucrado como profesor en una forma de danza donde se habla mucho del corazón, de la felicidad y de la vida, me escribió para compartir algunas ideas sobre el cuerpo y el movimiento. Entiendo, viendo las fotos de vuestro trabajo, escribió, que ustedes en el butoh partís del sufrimiento, de la expresión del sufrimiento. Lo respeto pero prefiero partir del amor, continuó, y liberarnos del sufrimiento en el camino. Sonreí al leer sus palabras, pues no recuerdo haber compartido tal derroche de energía, de risas, de alegría, de liberación común, no recuerdo haberme sentido tan rebosante de vida que cuando me retorcí al extremo, cuando hice diez mil muecas distintas en tres días, cuando siempre podía ir a más pequeño, más feo, más lejos de mí, más cerca de mis huesos y de la médula de mis huesos. Movernos e investigarnos sin nada que perder ni nada que defender me dio una sensación de intimidad con lo más vivo de nosotros. Contesté a mi amigo: El sufrimiento que ves en estas fotos está en tus ojos.

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La cuestión de los efectos terapéuticos es recurrente en los seminarios de butosofia y en la danza improvisada en general. Y siempre insisto: aquí no hacemos terapia. La sanación es un beneficio colateral a la investigación en la realidad y el pensamiento nacientes. Georges Bataille llamaba a la libertad «la gran inútil». La danza en su expresión más sana es inútil. Inutilizable. Libre. Don. Abandono. Ofrenda. Sacrificio. Sin función. No es instrumento de nada ni vehículo hacia ningún horizonte. La palabra terapia, al contrario, contiene una promesa (aunque el terapeuta no prometa nada, una promesa late en la palabra terapia como el corazón en los mamíferos). La danza no es instrumento de nada. No tiene que proporcionar rendimiento. No tiene que mejorar nada. El ser que nace no puede evaluarse en función de ningún parámetro ajeno. Don. Abandono. Nacimiento. Belleza. Sangre. Muecas. Gritos. Insignificancia. Movimiento sin dirección, sin error ni aciertos. Nacimiento sin más. ¿Quién diría que una criatura que pasa del universo intrauterino al mundo atmosférico pasa por una terapia? Abrazar la posibilidad de habitar un espacio impermeable al juicio humano es extremadamente sanador. Pero un ingrediente esencial a este potencial es que no se trate de una sanación. Conozco a mucha gente que después de experimentar liberación y sanación a través del movimiento y la investigación corporal deciden sistematizar su trabajo con un enfoque terapéutico. Quieren compartir su experiencia pero su experiencia original no tenía el enfoque terapéutico que añaden a posteriori. Muchos se olvidan de que la libertad y la ausencia de enfoque era el pilar central de la práctica que tanto bien les hizo. Queriendo sanar ya empiezan a mutar la danza en veneno, en sumisión, en desdicha.
Que se me entienda bien ! Puede utilizarse la danza en ámbitos terapéuticos y ojala se haga más y más. Pero utilizar la terapia para justificar la danza empobrece el movimiento y la vida humana. La danza toma como punto de partida ese fondo sano del cual habla Nietzsche. La sanación consecuente es obra de la persona que bucea en su oscuridad. Ni gurú, ni profesor, ni terapeuta. A lo sumo, comadronas.

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Cuando la investigación en el movimiento parte de la oscuridad del cuerpo (es decir de espacios no colonizados por la subjetividad consciente), la distinción ficticia y convencional entre mundo y subconsciente se desdibuja. Todo habla. Todo son señales. Símbolos. Invitaciones. Todo son túneles y puertas de entrada. Cualquier evento, objeto o palabra tienen su segundo sentido que se relaciona con la intimidad de tu vida y sus memorias. Ninguna casualidad. Resonancias infinitas y conexiones en espacios plegados y tiempos invertidos. Se oyen los pensamientos, se materializan las intuiciones, se multiplican las sincronías, se captan memorias ajenas al vuelo, se dialoga con los insectos, se empatiza con plantas y árboles, con duendes y ángeles guardianes, con astros y demonios. Los sueños se invitan en la vida diurna mientras la voluntad y el poder se desarrollan en el mundo onírico. Nada de eso es real. Nada puede comprobarse. Nada se ratifica. Las convenciones sociales no han sido pensadas para que podamos integrar nuestra vida oscura no humana con nuestra identidad sino para guardarnos de ella, para invalidar cualquier atisbo de originalidad y de nacimiento, de liberación inútil, de vida imposible de instrumentalizar, de pensamientos sin rendimiento. La sociedad siempre empieza con un origen ficticio, bloqueando el surgimiento del ser que la contradecirá siempre.
Se relaja la mirada, se descarrilla la mente enjuiciadora y se abre la mente subconsciente. Entonces la mosca no viene a molestarte sino a señalarte donde tienes que llevar tu atención ahora mismo. Manchas tu ropa en la zona donde justo antes captabas una sombra en un hueso. Mientras improvisamos encuentras una presión sutil, lejana, es decir insufrible. Detienes la respiración y casi la sangre para escucharla, rastrearla, ensoñarla. Al otro lado del espacio, otra persona inmersa en una dinámica animal se abalanza a través de la sala y te ataca, clavando sus dientes justo donde solicitabas una señal a tus ancestros. Parece una salvajada: un animal feliz y una presa extática.
O bien tu piel se tensa, respiras con dificultad, te sientes aislado, incomprendido. Cierras los ojos y empiezan los cosquilleos, la apertura. ¿Unas hormigas tal vez, o gente de Lilliput de picnic? Se hace demasiado intenso, abres los ojos y ves a otra persona, en otra historia, en otro sueño, en otro mundo, justo encima tuya, con la punta de sus pelos que se deslizan sobre tu vientre, justo ahí donde tu camisa quedó ligeramente levantada. Ella ni se dio cuenta de que estabas ahí. Un moribundo con la piel de gallina y una nube de pelo largo. Un animal y su presa. Pero ¿qué es esto? ¿A qué juegan? Es la terapia de la conspiración: cuando la imaginación está viva, todo, absolutamente todo, sostiene Bachelard, conspira para proporcionarles a los seres aislados una vida universal. Nada que corregir, nada que mejorar, nada que quitar ni que añadir. Escucha, entrega, juego, inocencia, generosidad, más escucha, más libertad, menos conceptos convenidos, más sueños y más consciencia en los sueños, más conceptos que permiten ver un mundo que el lenguaje no alcanza. Miles de ojos, ninguna mirada fija. Ningún espacio fijo. Espacio naciente. Pensamiento naciente. No danza terapéutica. Danza del ser naciente.

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