Hay que sentirse en la paradoja como en casa para comprender algo del butoh. Ciertos métodos científicos y filosóficos tratan de alejarnos de la paradoja, de lo inconsistente, de lo inefable. Acerca de lo que no se puede hablar, mejor callar, sentencian. Lo que no se puede medir, no existe, decretan.
Lo que no se puede medir y que no se deja circunscribir con facilidad por el lenguaje no se puede poseer. No se puede explotar. No se puede sujetar. Entonces le negamos la realidad porque no puede utilizarse, rentabilizarse, aprovecharse.
Con lo inefable, el lenguaje se usa de otro modo. En la vida cotidiana definimos y la definición del objeto dinamiza nuestro poder sobre el entorno. Con aquello acerca de lo cual no se puede hablar, se puede hacer poesía. La paradoja no se resuelve, pero se puede bailar.
La paradoja suspende el tiempo, desprende el pensamiento de sus bucles para tensar toda la piel en una escucha hacia lo lejano. La suspensión de las inercias del pensamiento es el motivo del Tao te king, que se abre con esta línea elocuente: El tao que se puede nombrar no es el verdadero tao. Podría decirse del butoh.
El pensamiento que circula no es el verdadero pensamiento. Las inercias del pensamiento, que Peter Sloterdijk llama opiniones, cobran fuerza a medida que el pensamiento pierde interés por lo que le escapa. El pensamiento que pierde la curiosidad por su alteridad se hace rígido, o, si sigue fluido, es porque fluye a través de circuitos cerrados. En cada recorrido, el camino pisado se hace más compacto, más duro, y cuanto más claro es el camino, más selvático parece su periferia.
Con el oído puesto en lo que extraña la mente, con la atención volcada hacia lo que no tiene nombre, algún suceso psicomotor se pone en marcha y este movimiento es susceptible de dar a luz a una comprensión más compleja, más vasta y más integrada. Este acontecimiento es el pensar y el bailar.
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Cuenta la leyenda india del arquero que un hombre quería lanzar una flecha hasta la luna. Noche tras noche, flechas y flechas dirigía hacia la luna aquel arquero enloquecido. Nunca la alcanzó pero al cabo de los años se había convertido en el mejor arquero del país.
La disolución del yo en el espacio naciente y la intención de fundir nuestra mente sobre la ola de vida que brota desde el fondo de los tiempos pueden parecer como el proyecto de un arquero que se propone tomar la luna como blanco. No importa: a más aire, menos opiniones (Sloterdijk, Crítica de la razón cínica). El horizonte poético que nos proponemos, aunque sea un espejismo, transforma nuestro caminar y habitar. Tal vez no sea posible «no ser» de manera afirmativa (no ser = nacer, naître), pero jugando a «no ser» algo de nuestro ser más superficial se deshace poco a poco.
El tiempo que pasamos surfeando sobre el movimiento del aire, el espacio que cedemos a la respiración y la atención que dedicamos a sentir el roce del aire entre los dedos mientras nos movemos son tiempo, espacio y atención sustraídos a las inercias mentales. La atención que proyectamos hacia la experiencia (del aire, de la gravedad, de las sensaciones y de la imaginación) debilita la fortaleza de opiniones y juicios que nos guardan del mundo compartido.
Cuanto más aire tenga en la mente, menos opiniones, menos humanidad enjuiciadora.