Oda al vacío. Sobre la posibilidad de un butoh terapéutico

No las palabras, sino el aliento que las lleva.
Jean-Luc Nancy, La Adoración

La adoración, escribe Nancy, es la palabra que se dirige a lo que la palabra sabe sin acceso. La adoración es la palabra abierta al otro del lenguaje. La adoración es la razón entregada al misterio. La adoración odia todas las mayúsculas que nos guardan del vértigo.

Foto de @nikolaszalephoto en el Contubernio de A Butoh Pelao de marzo.

Se trata de pensar (y vivir) naciendo, no siendo. No podemos nacer cuando el Ser es presente. Se trata de saberse arrojado en la apertura. Estamos aconteciendo en ningún lugar, en un lugar que se abre mientras acontece. La escritura de Nancy desborda de bondad sin endulzar el vértigo. A mitad de camino de La adoración, escribe: Tal es aún, a un nuevo precio, nuestra responsabilidad: mantener el lugar vacío, o mejor aún, quizás: asegurarnos de que ya no haya lugar para una instancia o cuestión de ‘razón rendida’, de fundamento, de origen y de fin. Que ya no haya lugar para Dios, y que de esta manera pueda abrirse una apertura sobre la cual se pueda discutir en otro lugar si es apropiado o no llamarla ‘divina’. La apertura que somos, a través de la cual emergemos y nos relacionamos, el con surgente, debe permanecer vacía. Hay que hacer estallar cualquier relleno del vacío mostrando su cobardía y denunciando su veneno. Cualquier relleno, fundamento, ser, asfixia nuestro movimiento naciente.

En este sentido, y en este sentido solamente, se puede hablar de un butoh terapéutico: el butoh nos compromete con el vacío. El horror vacui, el miedo al vacío, es nuestra enfermedad. Butoh no soluciona el vacío sino que apacigua el horror que éste nos inspira. El horror al vacío y el miedo a la muerte han construido en nuestra carne todo un complejo de personalidades y tendencias psicológicas. Hemos construido un cuento que nos protege ilusoriamente del vacío. Este cuento, esta biografía, coge agua por doquier – de ahí la sobrepuja parlanchina, la avalancha de palabras, comunicaciones, redes, terapias: hablando nos convencemos de que estamos vivos. Peter Kingsley, en Los oscuros lugares del saber: «El mundo nos llena de sucedáneos e intenta convencernos de que nada falta, pero nada tiene la capacidad de llenar el vacío que sentimos en nuestro interior, de manera que tenemos que ir sustituyendo y modificando lo que inventamos mientras nuestro vacío proyecta su sombra sobre nuestra vida.» El vacío que no podemos llenar hay que abrazarlo. Toda una vida luchando para mantenernos a flote en la frivolidad de la superficie temiendo nuestras propias profundidades. Personalidades rellenas con relaciones huecas, pisos llenos de cachivaches inútiles, estómagos atiborrados de basura, ojos condenados a campos de desconcentración, mentes atrapadas en la producción incesante de contenidos caducos al instante. Todas nuestras soluciones empeoran nuestros problemas y solamente sabemos huir hacia delante de camino a la catástrofe.

El vacío no es un vano asunto filosófico. Es una cuestión muy práctica: en última instancia es la muerte. La negación de la muerte, el relleno del vacío, es lo que condiciona cada instante de nuestra vida desde hace más de dos mil años. Es la historia del nihilismo: negar el vacío con falsas verdades. La falsificación filosófica del mundo conlleva consecuencias prácticas. Wolfgang Sofsky, en su imprescindible Tratado sobre la violencia, asegura que nuestras fantasías de inmortalidad dan a luz a todos los monstruos violentos. “La violencia es el resultado de una cultura orientada hacia la trascendencia del ser. Aquel sueño monstruoso de sobrepasar la muerte, es él que genera todos los monstruos.” Este sueño monstruoso de no-muerte, de inmortalidad, es responsable, según Sofsky, de multiplicar la violencia en el caldo de la injusticia.

Nietzsche: «El vivo es solamente una especia de muerto, y una especia muy rara.» En Los oscuros lugares del saber de Kingsley hay un capítulo titulado Morir antes de morir. Hay que morir antes de renacer y lo que debe morir en realidad nunca ha nacido. El individuo ficticio, la cosa inmortal, alma, consciencia privada, etc, no existen realmente. Lo que vive sin morir no está realmente vivo. Lo que debemos asesinar en nosotros ni vive ni muere. Hay que hundirse en lo profundo donde el yo que habla no existe. Para los antiguos griegos, incubar es yacer. Morir ya es renacer. Kingsley denuncia que el nihilismo religioso y filosófico haya eliminado la necesidad del descenso a lo profundo. Nos convenció de permanecer despiertos, de apegarnos al día, de atarnos a la sociedad. A partir de Atenas, a partir de la fundación de la civilización occidental, la luz de la Razón se aísla de las entrañas de la tierra. Más bien se enfrenta a ellas. Los filósofos de la Academia pierden el contacto con los sueños y la noche. Después de Atenas, Kingsley asegura: «Después los primeros cristianos hablaron de las ‘profundidades’ de lo divino. La mayoría no tardaron en ser silenciados. Y también los místicos judíos hablaban de ‘descender’ a lo divino; también los silenciaron. Es mucho más sencillo mantener lo divino en un lugar elevado, a distancia segura. El problema es que cuando se aparta a lo divino de las profundidades, perdemos nuestra propia profundidad, empezamos a contemplar con miedo las profundidades y terminamos debatiéndonos, huimos corriendo de nosotros mismos, intentamos salir adelante sin ayuda de nadie, rumbo al más allá.
Es imposible alcanzar la luz a costa de rechazar la oscuridad.«

Para Kingsley, en lo profundo de nuestro vértigo vibra nuestro anhelo. Para la butosofia, asomándonos al vacío activamos la fuerza del nacer. El butoh puede ser terapéutico no en un sentido individual donde una persona apacigua la superficie de su mente y aprende a funcionar en sociedad sin molestar mucho. El butoh puede ser terapéutico sanando el cuerpo de la enfermedad social por excelencia: el miedo al vacío.

Para cerrar este canto a la vacuidad, Kingsley nos regala un párrafo que se lee como un manual de danza butoh: «Parece fácil, todo el mundo lo hace. Pero es difícil huir del vacío que todos sentimos dentro [para dedicarse a] la heroica tarea de encontrar sucedáneos para llenar el vacío.
Y la otra manera es muy fácil, pero parece difícil.
Es sólo un asunto de saber dar la vuelta y hacer frente a nuestros deseos sin interferir en ellos ni hacer nada. Y esto va contra la tendencia de todas nuestras costumbres, porque se nos ha enseñado en muchos sentidos a escapar de nosotros mismos, a encontrar miles de buenas razones para desoír nuestros anhelos.«

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