Una victoria sobre la asfixia. Sobre las dos caras del escenario danzado y el silencio que las une

La poesía y la exposición son un gesto de apertura, una victoria sobre la asfixia, un paso hacia delante, un exhibirse, un manifestarse y darse a oír, un sacrificio de la intimidad en aras de la publicidad, una renuncia a la noche y niebla de la privacidad en beneficio de una ilustración bajo un cielo común.
Peter Sloterdijk, Venir al mundo, venir al lenguaje

Solo la torpeza es natal. La belleza está vinculada a la torpeza del origen. El primer paso que hace un niño es un paso que tropieza, que tambalea, y es el más bello de los pasos que puede encontrarse en el mundo sublunar donde sobreviven como pueden los hijos de los mortales.
Pascal Quignard, L’Origine de la danse

La Gestación, en La Vera, mayo 2022. Foto de Fernando Ortega Gorrita

No saber a sabiendas

Para nosotros sólo tiene sentido hablar de lo que no podemos nombrar. Buscamos con la mirada la estela de lo invisible. Solo arde la presencia que se abre a la ausencia.

Reivindicamos un arte reacio a la maestría. Porque lo más valioso de la danza siempre arriesga de desaparecer arrollado por la destreza técnica. El apego a la forma entraña el peligro de apagar las entrañas. Vivimos paradójicamente.

Este texto versa sobre la tensión existente entre la experiencia acumulada y los ojos nuevos. ¿Cómo entrenar la ingenuidad? ¿Cómo practicar el arte de la primera vez? ¿Cómo afianzarse en la caída perpetua?

Otra vez por primera vez

Es un lugar común en los estudios de payaso: la primera vez que una persona se pone la máscara más pequeña del mundo, esa nariz roja, lo hace fenomenal. A continuación, esta persona debe sumergirse en una investigación del lenguaje escénico que le llevará años o décadas hasta recuperar la frescura de la primera vez, si lo consigue… La danza naciente y la poesía encarnada en movimiento evolucionan del mismo modo. El primer paso es el más bello de los pasos que dan los hijos de los mortales en el mundo sublunar. Y este primer paso es absoluta torpeza y encomiable logro. La belleza verdadera, asegura Quignard, está vinculada a la torpeza originaria. La belleza verídica emana del origen. Ver a una persona adulta escuchar por «primera vez» al cuerpo que ha olvidado durante décadas es una absoluta maravilla. Luego la escucha se convierte en hábito – como debe ser -, la atención vuelve a su nicho ecológico natural que es el cuerpo experimentado. Ahí se mezcla con el hábito de seducir, gustar y juzgar, y entonces la maravilla se difumina. Todo se revela ser más complejo, ya no es como antes.

Por ende, dos miradas son necesarias en simultáneo para la escena butoh: unos ojos que buscan maravillarse de lo invisible, que ven lo irrepetible de cada instante, y otros ojos técnicos capaces de entender qué nos sucede en la relación público / danzante. Miramos a lo invisible siguiéndole el rastro a través de sus signos visibles. ¿Cómo – y ¿porqué? – mejorar estéticamente una performance enfocada a rememorar la torpeza natal? ¿Cómo reincidir hacia la primera vez? ¿Cómo trabajar un arte totalmente ajeno a cualquier maestría explícita? ¿Cómo profundizar en la fuerza que surge?

El riesgo escénico: nacimiento, técnica e improvisación

La escena es un intensificador de la existencia. La danza natal que bucea en el subconsciente se dinamiza en un dispositivo escénico donde un público entrega su atención a un cuerpo abriéndose a su propio vértigo. Gracias a la atención de las personas que acompañan su viaje, los cuerpos danzantes pueden aventurarse más lejos en la travesía de un umbral, arriesgándose más allá de su identidad consciente. Toman ese riesgo. Esta posibilidad de un nacimiento es el propósito del acto escénico. Posibilitar una liberación, con todos sus peligros. Una liberación así no debe entenderse individualmente. La onda de choque de una victoria sobre la asfixia repercuta en la carne del mundo. Una liberación auténtica siempre acontece en un mundo plural. Es lo que desea el público, conscientemente o no: presenciar el triunfo de la vida. Toda vida quiere nacer. Toda vida quiere emanciparse de su angostura. Tomamos, público y danzarines, el riesgo de exponernos a un nacimiento que desestructurará este mundo fijado en patrones que sirve de cobija a nuestra vida rutinaria.

Hay, como escribía más arriba, dos vertientes a considerar en la valoración del acto escénico. El primero, el más importante, el único que importa en realidad: el acontecimiento de una liberación. Un gesto de apertura del mundo común. Este aspecto de la escena es lo único que importa y sin embargo nadie puede saber nada de él de manera objetiva. No podemos decir nada pertinente al respecto. Se nace desde dentro. Ni arriba, ni abajo. El nacimiento es por definición inmune a la validación ajena. Nadie conoce el alcance de un gesto. Nada contiene el potencial de un pensamiento.

El segundo aspecto del acto escénico a considerar en la reflexión en torno a la relación público-danza es el viaje de la atención. La estética. El ritmo. La cohesión del espectáculo. ¿Fue un buen show? Ahí, podemos trabajar, opinar, discutir. ¿Pero porqué nos interesa realizar un buen espectáculo cuando toda nuestra vida está comprometida con el pensar naciente? Si quiero nacer, ¿porqué importa la opinión del mundo anterior? Porque la cualidad de la atención es fundamental. La atención que circula en la escena propicia el viaje.

La atención es un elixir de vida

La calidad del viaje, su longitud, su potencial dirección única, depende de la atención compartida. Gracias a la atención del público la danza liberadora se magnifica. Solamente esto. Me interesa montar un dispositivo escénico que involucre lo mejor de las personas presentes, en el escenario y fuera del escenario, porque me interesa la libertad verdadera, la que solo puede pensarse en espacios compartidos. La atención que el público vierte en escena es fertilizante para el mundo naciente.

Al finalizar la aventura, apetece huir, bailar, beber, meditar, dormir, repetir, nunca más, compartir, opinar, copiar, mejorar, chismear. Para estos momentos de reflexión, conviene tener en mente las dos caras del escenario y el silencio que las une.

Hay espectáculos monísimos que carecen absolutamente de potencial emancipatorio. Puro entretenimiento (es decir pura pérdida de tiempo – y perder el tiempo a veces puede ser importante). Hay cuerpos que se mueven de manera hipnotizante y brillante que llevan años agonizando en una forma que les caducó hace tiempo.

Y luego hay acontecimientos absolutamente necesarios que fracasan en todos los aspectos escénicos habidos y por haber. Hay liberaciones que son auténticos esperpentos. Esta cara es un océano insondable. Un total misterio. Ni quien mira, ni quien baila puede saber realmente lo que se ha tocado cuando toca la vida anónima. Hay liberaciones que son fuegos de paja. Hay fuegos de paja que no liberan nada. Hay desastres poéticos que desencadenan sueños políticos de largo alcance. Hay desastres escénicos que no son nada más que eso.

En la pregunta por la cualidad de la atención se cruzan la estética de la poética escénica y la política del movimiento. La calidad y cualidad de la atención que una vida presta al espacio se puede analizar desde la estética y la política. En el espacio atencional, la poética es política. La belleza verdadera es emancipación.

Un canto a la suspensión del juicio

De ahí se sigue que nunca podemos valorar definitivamente un acontecimiento escénico. No sabemos lo que realmente sucedió ahí. No sabemos hasta qué profundidad resuena la constelación de circunstancias necesarias para generar lo que a primera vista parece haber carecido de interés. Podemos indagar en el interés, en el viaje de la atención, en los procesos hipnóticos. Esta indagación sin embargo siempre será supeditada a las modas actuales y estas modas, por definición, no tienen arraigo: son modas y juicios frívolos.

También conviene tener en mente que un artista puede necesitar realizar algo aun a sabiendas de que no funciona escénicamente. El fracaso puede ser necesario, puede ser emancipatorio. Normalmente, liberaciones así suceden a pesar de la intención del protagonista. Pero, entendiéndolo, podemos abrirnos a la posibilidad de programar nuestro propio fracaso, nuestra propia humillación escénica. Sé, por ejemplo, que en este momento estaré fuera de luz pero, y no me preguntes porqué, sé que tiene que ser así. Dejo el deseo íntimo vencer a la idea. Dejo la vida prevalecer sobre la moda. Sigo mi sueño sin someterlo al cuento de la tribu.

En resumen, conoce el cuento muy bien para soñar libremente. Desarrolla un criterio estético propio para vivenciar crisis creativas genuinas.

1.1 Hay poesías que nos hablan de la vida y nos emocionan.
1.2 Hay poesías que nos hablan y no oímos nada más que palabrería.
2.1 Hay insultos que nos vitalizan.
2.2 Hay insultos que nos hacen perder el tiempo.

Después de una función, siempre es demasiado temprano para saber si la emoción es hueca o no, si el insulto es vitalizante o no. Tomemos en serio, pues, la ligereza de nuestras ideas y juicios. Se trata, en última instancia, de perseguir una victoria sobre la asfixia y de hacer retumbar el silencio que da a luz a nuestras preguntas. Se trata, en definitiva, de la atención con la cual regamos la tierra donde sobrevivimos como podemos bajo un cielo común. Se trata de cultivar victorias sobre la asfixia en el mundo que compartimos. Se trata, por lo menos, mientras esperamos las bocanadas de viento triunfal, de viciar el aire lo menos posible.

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