Skias onar anthrôpos. El hombre es la sombra de un sueño.
Pindare

Una obviedad arriesgada
Identidad es una prótesis de obviedad en terreno inseguro.
Peter Sloterdijk, Esferas III. Esferología plural
Resulta primordial hoy en día pensarnos en movimiento. La esterilidad de cualquier planteamiento que separe mente y cuerpo para luego jerarquizarlos ha quedado patente. El cuerpo es hoy una necesidad axiomática para cualquier pensar que se precie. Ya no sirve contemplar el cuerpo como un objeto inerte ajeno al pensamiento. El cuerpo ha entrado con fuerza en la filosofía para posicionarse como sustrato fundamental del pensar. Pensar desde el cuerpo se ha transformado en necesaria obviedad.
Necesitamos un pensamiento que atraviese la materia. Necesitamos sentir el mundo desde dentro. Necesitamos pensar desde la experiencia si queremos escapar del suicidio en vida. Si deseamos explorar la existencia, si queremos que nuestro pensamiento tenga algo que ver con la vida, esta necesidad de pensar lo que somos es obvia. Pero esta obviedad conlleva un vértigo. Pues, lo que concretamente se ha hecho obvio, desde hace mínimo un siglo y medio, es el colapso de un enfoque que oponía el sujeto con el objeto. Para el sujeto pensante, el objeto ya no puede encontrarse ahí afuera. Se ha hecho obvio que el objeto del pensamiento es la experiencia del nosotros. Somos el pensamiento. Pensar es por ende una empresa que entraña peligros, pues pensar diseca, separa, analiza, abre, desgarra. Pensarnos es arriesgado. El objeto de nuestra exploración consciente se ha difuminado en la niebla y avanzamos a ciegas en la tierra del cuerpo con cuchillos en las manos. Pensar hoy es hundir una navaja en el punto ciego de nuestra identidad.
La necesidad de pensar desde el cuerpo está fuera de cuestión. Pero nada de ello nos permite concluir a la obviedad del cuerpo. La necesidad de contar con el cuerpo es obvia, el cuerpo en sí no lo es. Hay que inhabilitar todos los pedagogos del movimiento que al decir «cuerpo» se tocan el antebrazo, asegurando que el cuerpo nos es dado a la consciencia. Su identidad corporal tan obvia es una prótesis del pensar. Dicen cuerpo y comienzan a palparse frenéticamente como alguien que se ahoga, agarrándose a cualquier cosa al alcance de la mano. Para ellos, el cuerpo es la respuesta. Pero el cuerpo sigue siendo un misterio. Las preguntas de Spinoza en relación a lo que puede un cuerpo aun hoy muestran un terreno virgen para el pensamiento. El cuerpo es la pregunta, no la respuesta. Un cuerpo que excluye su sombra es infecundo en promesas. Ningún mundo germinará a través de estos cuerpos de carne y hueso cuyas danzas se limitan a un concurso de aspavientos estilizados.
La claridad de la sombra
Todo verdadero pensamiento es un corto circuito en la sombra.
Pascal Quignard, Morir de pensar
Todo lo que es interesante sucede en la sombra, decididamente. No sabemos nada de la verdadera historia de los hombres.
Céline, Viaje al final de la noche
Durante muchos años, busqué la sombra del cuerpo. Tatsumi Hijikata sostenía que la sombra colectiva, las inmundicias políticas que nos traban, se enraízan en las sombras de los cuerpos singulares. El soporte material y real de estos dioses vengativos que viven de la miseria a la cual nos condenan es el cuerpo que experimentamos. Al liberar una tensión del hombro, al aflojar un nudo en un tendón de la rodilla, al desatascar una contractura lumbar, no estás mejorando tu vivencia del mundo, sino que estás liberando el mundo de esta tensión, de este nudo, de esta contractura. La miseria sensorial que experimentamos en el subsuelo de la consciencia, que tiñe nuestro pensamiento día y noche a lo largo de toda nuestra vida no es personal. Es colectiva. El malestar que sentimos, malestar más o menos consciente, irradia a nuestro alrededor, educa a nuestros hijos, besa a nuestros amantes, mira a los transeúntes. Se contagia. La exploración de la sombra y su ventilación en danza mejora el mundo común en cada gesto.
Poniendo continuamente estas ideas en movimiento se descubre lo fácil que es llegar a la sombra, al cuerpo olvidado, al cuerpo negado, sacrificado, alejado, borroso, desconocido. Tan fácil que uno comienza a sospechar que nos están dando gato por liebre: el cuerpo no lo tenemos, ¡ni de lejos! Viajamos en la sombra del cuerpo hasta que entendemos que la cuestión no es tanto de exponerse a la sombra sino de encontrar el cuerpo. La sombra se ve con una facilidad asombrosa. Hicimos amigos ella y yo. Hasta el día en que me di cuenta que la conocía más a ella que a mí mismo.
La potencia del soñar
La transformación de la humanidad solo podrá realizarse con armas que sueñan y que desdeñan la pobreza de la política.
Tatsumi Hijikata, Dirección, ¡la prisión!
Cuando caminamos bajo el sol, la sombra del cuerpo nos persigue sin necesidad de pensar en ella. No la llamamos como lo hacemos con un perrito para que venga ni tememos descolgarnos de ella. La sombra de dos dimensiones sigue al cuerpo de tres dimensiones sin mediación alguna. La sombra es el reflejo del cuerpo con una dimensión menos. De igual modo, podemos considerar el cuerpo visible de tres dimensiones, científicamente descriptible como objeto, como la sombra de otro cuerpo de cuatro dimensiones.
La cuarta dimensión es el tiempo espaciándose o el espacio abriéndose en tiempo. El espaciotiempo, así escrito y pensado, juntos en su copertenencia. Henri Bergson sintetizó el cuerpo de cuatro dimensiones con claridad: Pensamos en el espacio y sentimos en el tiempo. Se trata de verter y trenzar el pensar y el sentir el uno en el otro. Una tensión muscular tiene longitud, volumen y superficie, tiene foco y radio, tiene dibujo espacial, expone un mapa. Una tensión se manifiesta como espacio y en el espacio, es decir que además de ocupar espacio propone vectores, direcciones, viajes, arriba, abajo, delante, detrás, un lado u otro lado. El cuerpo que experimentamos sensorialmente acontece en las dimensiones del mundo común. El cuerpo visible, palpable, individual, es solamente la sombra del cuerpo sentido en el subsuelo de los sentidos. Si habitas el mundo desde la experiencia directa, el cuerpo visible, el cuerpo objeto, te va a seguir, como la sombra oscura te sigue en la calle al mediodía. Si habitas el mundo común que soñamos, el cuerpo singular te acompaña irremediablemente. Pero el camino contrario no es igualmente válido: si te obsesionas con la sombra de tres dimensiones, con el cuerpo objetivo, no llegarás al mundo común que tu vida añora.
El cuerpo de cuatro dimensiones no está hecho con la materia que se da como objeto para la consciencia o para la ciencia. El cuerpo de cuatro dimensiones, el cuerpo que somos en contraste con el cuerpo que tenemos, está fabricado con psicomateria, con la misma sustancia con la cual fabricamos sueños. Si la consideras como objeto, le arruinas la magia como cuando un niño toca las alas de una mariposa. Poseer y objetivar el sueño es sabotearle el vuelo. Cuando lanzas la red del lenguaje para apresar el sueño, éste ya se ha ido. No está ahí, dado, obvio. Está en la pregunta, en las ventanas del lenguaje, en la poesía, en la metáfora, en la suspensión del sentido, en la interrupción de la comprensión. Está sobretodo cuando no está el yo al mando.
Pensar desde el cuerpo es reflexionar con nuestra existencia entera fuera del mundo cosificado. El cuerpo no es una cosa. Es una pregunta, un misterio, un viaje, un abismo, un vértigo, una experiencia inenarrable. El cuerpo es un sueño. El ser humano es la sombra de este sueño. Desde ahí podemos oír la invitación de Pindare a convertirnos en lo que somos. Deviene quién eres – decía el más famoso de los poetas líricos. Para eso danzamos, para convertirnos en lo que somos. Pero danzamos sabiendo que no somos eso que tocamos, no somos una cosa, un objeto, una obviedad. Danzamos para realizar nuestra ausencia. Obvio que vivir es preguntarse por la existencia, lanzarse en ella. Obvio que la vida es para vivirla. El resto es vértigo.
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Gracias!
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