Escena del Japón de los años 60, teatro de una ciudad pequeña, la gente de bien ha venido a ver butoh.
Poco tiempo transcurre antes que el público se levante, abuchee, se indigne, se vaya. ¿Qué hemos venido a ver? ¿Cuerpos que vibran, muecas, miembros retorcidos, exhibicionistas que hacen el ridículo? Un insulto al espectador, un desprecio de la escena, un ultraje al arte, un desdén de la vida. El coreógrafo sonríe. Y pregunta: “¿para qué deberíamos ofrecer belleza a la gente que destruye el mundo?” Y sentencia: “Nosotros mostramos lo que hay, mostramos lo que encontramos en nuestros cuerpos cuando nos miramos con unos ojos extrañados.”
Tatsumi Hijikata.
Efectivamente, el vocablo danza aplicado al butoh puede llevar a alguna confusión. Las palabras tienen ese efecto mágico que cuando las usamos nos proporcionan la ilusión de que sabemos de lo que hablamos. Tenemos opiniones acerca de la violencia, del amor, de la guerra, de la justicia, tenemos certezas acerca del jardín, de la piscina, del sol. Cuando en realidad no sabemos lo que es una silla o un martillo, el método de Sócrates no consistía en otra cosa que hacer patente nuestra ignorancia del significado de las palabras. Con tiempo para hacer las buenas preguntas y espíritus que gozan de la retórica, se puede demostrar a cualquiera que ninguna palabra tiene sentido por sí sola. Las palabras tienen efectos de sentido en relación a otras palabras y sobre todo sobre la base de unas convenciones grupales. Hablar es masticar ideas recibidas. Cuando el butoh se presenta como una danza, más de uno se atraganta con sus concepciones de la danza. Para evitar el mal trago, algunos ha acuñado la denominación antidanza.
El prefijo anti resulta útil para definir cosas diciendo lo que no son y al mismo tiempo vincular esta cosa a su contrario. La antidanza es una danza que no lo es.
Al principio de los años 2000, un crítico de danza francés acudió a su primer espectáculo butoh. No supo criticar sino sólo demoler. Había que salvar a la danza, su querida, de tal degeneración. Escribió la crítica más virulenta de su carrera. Llamó a sus amigos y a sus conocidos para gritar su indignación sobre todos los techos. Pasaron un día, dos días, tres días, normalmente debería seguir asistiendo a espectáculos de danza, seguir escribiendo acerca de ellos en la revista que lo contrata, pero el mal trago no pasa. Se enoja, le hierve la sangre, pierde el sueño. A la semana, su compañera de vida le advierte de que si le habla una vez más de ese espectáculo, hará las maletas y se marchará. Al mes (la historia no cuenta si ya soltero o no), se matriculó en su primer taller de danza butoh.
¿Habrá leído la crítica de su espectáculo aquel coreógrafo? En los años sesenta, los butoístas se repetían para sí mismos: “si te aplauden has fracasado, no quieres que te aplauden, quieres que esta noche sueñan con lo que han visto.” Para el crítico francés, su primer espectáculo butoh fue una muestra de la degeneración de la cultura pero también, lo sabrá semanas más tarde, un importante punto de inflexión en su vida. ¿Cuál es la mejor retribución para un artista: aplausos y homenajes o modificar radicalmente trayectorias vitales? Quien se adentra en el butoh con vistas comerciales y ansías de éxito necesita asesoramiento de carrera.
La danza construye cuerpos, formatea posturas, pasos marcados le sirven de axioma para imaginar los movimientos posibles. La danza fomenta la técnica y celebra el virtuosismo que de vez en cuando florece más allá de sus enseñanzas de conservatorios. El butoh diseca el cuerpo, desgarra las formas, apenas camina, rapta, rueda, gime. Sus posibles aparecen mientras se dinamitan los axiomas y los puntos de partida. El origen es oscuro, por consecuencia no hay progreso, no hay desarrollo. Cuando Kazuo Ohno llama a Hijikata a mediados de los setenta para que este último le coreografíe su pieza más famosa, La argentina-sho, la primera indicación de Hijikata es la retirada de todos los movimientos técnicos para conjurar todo virtuosismo. “No hagas nada que cualquier persona en tu público no pueda hacer. Toca a la gente por debajo.”
La antidanza pertenece a la danza como el frío pertenece al calor. Cuestión de perspectiva. Pero no puede pensarse el calor sin intuir el frío. No se puede trabajar las formas y la técnica sin oír algo del movimiento que vibra y florece más acá de cualquier construcción cultural humana.
Gracias#3 muy delicioso.
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