El bien es lo que lucha para liberarse, lo que encuentra un lenguaje, lo que abre el ojo.
Theodor Adorno

Vivimos en una época abundante, una época convulsa y confusa, trémula y tremenda. Resulta difícil orientarse en el traqueteo de la escena contemporánea. Cuando nos queda tiempo para tratar de averiguar qué estamos presenciando, faltan los criterios para ordenar la exuberancia de posibilidades donde los artistas deben realizar sus apuestas. Presenciamos, ciertamente, una aterradora abundancia y el abanico de opciones al cual estamos confrontados puede fácilmente resultar asfixiante. Hay tantas formas posibles que a nivel práctico pueden desencadenar una parálisis o una huida hacia delante.
¿Cómo ordenar y jerarquizar las formas artísticas en la era de la libertad? Ordenar y jerarquizar es algo que se hace de todos modos, aunque uno no quiere. Por muy libre que esté nuestro espíritu, seguimos valorando nuestras vivencias en función del bien y del mal. Hoy día, cualquier espectador benevolente debe enfrentarse a la paradoja de la ordenación sin criterio firme: no todo vale igual y ninguna forma es mejor que otra. ¿Cómo es posible? Nadie quiere vivir en un infinito indiferenciado. Y nadie puede decir de antemano qué forma tendrá la nueva libertad que dejará caducos nuestros sistemas. Todas las formas son potencialmente caminos de emancipación y todas las formas prefiguran cárceles. El bien y el mal no operan en el reino de las formas.
1. El bien y el mal. Para comenzar…
El Bien sólo es el Bien en la medida en que no pretenda convertir al mundo en bueno.
Alain Badiou, L’éthique. Essai sur la conscience du mal
Sí: Danza, liberación y viaje
El escenario es un intensificador de la existencia. El butoh – subyacente a todas las artes – es un acelerador de la verdad íntima. Una existencia realizada no necesita un escenario. Una verdad reconciliada con la materia no precisa de un nuevo nacimiento. Pero nosotros no somos seres acabados, no somos inmortales, no somos definitivos. Danzar para nosotros es lanzarse al encuentro del mundo e imaginar que en el camino un aprendizaje es posible. Danzamos porque necesitamos o sospechamos una luz desconocida, un pensamiento insólito, un movimiento fuera de la asfixia, una libertad inédita. Danzamos para ser menos presos. Nuestra danza es una lucha para la liberación.
Por definición, la liberación no puede definirse. Una libertad lista-para-consumir siempre nos precipita en las garras de un servilismo vulgar. La libertad en acto debe ser libre de definirse y articularse a sí misma. De ahí que la liberación no sea tan popular como el entretenimiento. A veces, uno prefiere creerse libre y dedica una gran cantidad de esfuerzos en acallar el sentimiento de que obviamente esta libertad regalada es falsa. La liberación que encuentra su propio lenguaje exige la exposición de la verdad íntima, supone el distanciamiento del clan, desvela la hipocresía del mundo de la diversión. El bien es lo que desea liberarse del sí mismo facticio, no lo que se regocija en su mismidad. Hay cárceles tan cómodas… Estas cárceles donde vivimos vidas de idas y vueltas nos protegen de unos males al precio de renunciar al viaje del vivir naciendo. La danza estriba en el Bien, en el gran Sí a la vida, en la afirmación de la existencia.
Desear (el) bien. Bailar mal
La esclavitud y el yugo no son el mal en sí. El bien es el deseo de liberación, el bien es lo que ansía una salida de los mundos inmundos. El mal es la renuncia a este deseo. El mal es conformarse con el estado de cosas tal como son (como si fueran algo). El mal es resignarse a mejoras y reformas, terapias y medicamentos. Es querer encajar. Es ansiar ser feliz. Es adaptarse a unas sociedades cuyas dinámicas políticas son a todas luces repugnantes: pues la soberbia de nuestro presente es su pretensión de eternidad que cultivamos asesinando el futuro y sacrificando el pasado.
No sé hacer promesas, no puedo hacerlas. Nuestros enemigos son gigantes y ni saben de nuestra existencia. Estamos perdidos. La liberación carece de sentido, resulta imposible de argumentar ni de insertar en un programa. Solo nos queda la pura afirmación del deseo de emancipación.
Se podría comprender que alguien renuncie al bien que pulsa en el subconsciente, a la vida que busca aire fresco, horizontes nuevos, viajes en sentido único, podría entenderse la renuncia a la liberación si la libertad ciudadana fuese magnífica. Pero vivimos en el mundo del desengaño y la impotencia. Estamos hastiados de comodidad. Consumimos bienes, chismes, cuerpos, bits. Llenamos el vacío con más vacuidad – esto ha sido dicho y redicho de tres mil formas. La libertad de hoy es una decepción constante e ingerimos grandes cantidades de antivomitivos para poder mirarnos al espejo. Ropas, maquillajes, filtros, blanqueador de dientes y tintes de pelo, peinados, series, fármacos. ¿Quién en su sano juicio quiere vivir aquí? Nuestra existencia se enraiza en el sano deseo de salir. Conocemos íntimamente el bien porque hay en nosotros un saber carnal que nos susurra que fuera, en otro lugar, se vive mejor, que podría ser de otro modo. Hay otras formas. Queremos nacer.
No hago promesas. Mientras la macropolítica se limite a organizar el suicidio colectivo distribuyendo libertades de usar y tirar, yo solo soplo sobre las brasas.
A veces sueño con grandes incendios de llamas azules y danzo. Pero a diario soplo sobre las brasas. Mantengo viva la llama. A veces la abrigo. A ratos la nutro. Pero lo esencial de mis días lo dedico a susurrar poesía al fuego para oír su gemir y su crepitar moribundos.
Hay que desear bien: cuidamos llamas en peligro de extinción.
Danzamos mal, como huegos en desuso.
Pensamientos con forma de soflama.
2. El lenguaje. Balbucear unos primeros pasos…
Quien ahora, al final de la era de las grandes utopías históricas, pretenda renovar una promesa universal, se tiene que orientar como un recién nacido sin tierra firme a sus pies.
Peter Sloterdijk, Venir al mundo, venir al lenguaje
¿Para qué un escenario?
La escena teatral es una hoguera. El escenario abre la posibilidad de un parto. Los ancestros se liberan del mundo, los recién llegados encuentran un lenguaje, el público abre el ojo. La escena es un jardín donde florece el bien, donde potencialmente acontece realmente una liberación del mundo, una liberación destinada a un universal irrepresentable, intotalizable. En escena ponemos nuestro deseo de liberación. Repito: en escena se muestra el deseo de liberación.
En escena, no debemos mostrar nuestra libertad: es vulgar y nos hace infeliz pues la libertad siempre es presa de su validación por una autoridad, siempre es esclava del juicio. La liberación acontece más allá del bien y del mal de los sacerdotes. Quien se abre a ella escucha su existencia más acá del bien y del mal de los moralistas.
Al pisar el escenario se abre un portal para la circulación del deseo. Entreno para no llegar tarde a mi propia vida. Pero no pongo mi entrenamiento en escena. Tu movilidad no le interesa a nadie, ni a ti misma, por cierto. Cómo te mueves carece totalmente de interés artístico. La forma que trabajas no tiene ningún valor si no se sustenta en el deseo de liberarse de ella. La forma es una cáscara de huevo. El bien es la vida informe que alberga. ¡No alardes de tu cáscara! La vanidad formal sistematiza el agobio: la forma que hoy te nutre mañana te encierra. No te identifiques con ella. La forma es una excusa para hacer circular el aire en el cuerpo vivo y encender fuegos. La forma sin incendio vale tanto como la sonrisa de un vendedor de seguros.
Sobre la movilidad confundida
Una gran confusión niebla los ojos de la escena contemporánea. Hoy en día, no sabemos qué vemos ni cómo mirarlo porque vemos las naderías de vendedores de humo. Vemos a personas que, habiendo renunciado al deseo de liberación, habiéndose desterradas a sí misma de la tierra del bien, tratan de convencerse convenciéndonos de que en su pellejo se vive mejor. Se mueven tan bonito que han de ser más felices que uno. Danzan mostrando su movilidad convirtiendo a su vida en objeto de deseo. Y todos salimos de ahí desdichados porque al fuero interno de nadie le gusta ver el sufrimiento inútil – y quien se pavonea en formas sufre. Hay que intensificar la verdad íntima, hay que engrandecer la existencia, no fomentar la competencia. El público debe salir sintiendo el vértigo de desear vivir, no pensando que si fuese tú sería más feliz. ¡Queremos ver a artistas arder en sus formas! La destreza formal o técnica sin fuego es una cáscara hueca. El público va al teatro para contagiarse ganas de existir, de existir lanzándose a lo lejos. ¡El arte contagia incendios! – no mendiga aplausos.
No sé cómo se baila. Pero realmente te puedo asegurar que no le interesa a nadie tu libertad de movimiento. Puede que una persona tenga interés en tu libertad para beneficio propio, puede que tenga interés en instrumentalizarte. Por supuesto. Un director de escena puede interesarse en tu libertad de movimiento no por tu bien sino por el suyo propio. Un profesor puede interesarse en la forma de tu movimiento para medir tu sumisión a su enseñanza y el progreso de su poder, por supuesto. Un crítico puede elogiar o despreciar una forma de habitar la escena para ensalzar su propia visión de las modas actuales. El profesor, el director, el crítico pueden interesarse en cómo te mueves solo en la medida en que les resulta interesante para su propio bien, para su propia visión buscándose a sí misma. Solamente así, sometiéndote al bien ajeno, puedes llegar a tener una danza interesante para alguien. Lo que sí interesa a todo el mundo es el deseo de liberación. El bien es contagioso. No podemos hacer nada contra ello. La vida y el bien son sinónimos y todas las promesas de mundo tienen alcance universal. Nuestras almas son altamente inflamables y si ardes me emociono.
El bien y la vida encuentran formas, crean lenguajes, se poetizan abriendo ventanas en el seno de los sistemas organizados. Si la emancipación acontece, la forma fue la buena. Si el silencio retumba, el lenguaje fue adecuado. Todas las formas pueden potencialmente ser transitadas por una danza naciente. Sin embargo, ninguna forma ni ningún lenguaje garantizan el viaje. No hay forma buena, no hay forma mala. ¿Hay vida ardiendo?, esa es la pregunta correcta.
3. Los ojos (abiertos)
Nunca se está tan lejos del conocimiento que con las simulaciones de la paz ante los ojos.
Peter Sloterdijk, Esferas III. Espumas
¿Cómo moverse?
Cómo te mueves importa muchísimo. No esta forma ni la otra. No importa la forma en sí pero tu consciencia de ella. Es de primera importancia que estés atenta a las formas que transitas, que aprendas de ellas, y que captes inmediatamente la forma que tu deseo de liberación necesita. No queremos llegar tarde a la liberación. Todas las formas son posibles, todas son potenciales caminos. No hay una forma mejor que otra. La buena forma es la que necesitas para oír el deseo de liberación y escuchar sus tiempos, tiempos de recogimiento, tiempos de saturación y densificación, tiempos de fugas, huidas, luchas, rebeliones y grandes amores, y tiempos de descubrimiento, exposición, vértigo, nuevas tierras, nuevos lenguajes, nuevos rostros. El tiempo es tuyo. Las formas son tuyas.
(Algunas mentes muy volátiles han concluido que la gran libertad formal de hoy significa que todo vale. Entonces danzan y se ponen a sí mismas en escena sin exigirse nada, si total… da igual, ¿no? Ellas son artistas y con pensar eso les es suficiente. Dan pena ajena. Confunden el bien con su nombre propio. Nada tiene valor sin liberación. Que no haya un esquema formal previo que nos permita distinguir qué danzas valen y cuales no tanto, no significa que nada importa. Importa el contagioso vértigo de estar siguiendo el deseo de salir, el deseo de emancipación, de estar haciéndolo bien.)
He visto a menudo un nacimiento interrumpirse por torpeza técnica. Un viaje se inicia y un cuerpo debe suprimir la liberación que se asoma porque teme caerse. O una danza con sabor a promesa se desvanece por una lectura pésima de la dinámica del peso. Hay que entrenar, hay que investigar. Entrenamos para ensanchar el alfabeto de un idioma desconocido: entrenamos para tomar consciencia de un cuerpo que debe seguir siendo un misterio. Somos arqueólogos. Estamos atentos al cuerpo y exploramos sus posibilidades y afianzamos nuestro habitar del espacio para precisamente no pensar en el cuerpo cuando el portal entre mundos se abre. Entrenamos conscientemente para transformar nuestras danzas que deben permanecer lo más inconscientes como nos sea posible. No podemos ser dueños del nacimiento. Somos psiconautas. ¿Cómo prepararnos para el acontecimiento al que no podemos anticiparnos?
Todas nuestras posibilidades técnicas son maravillosas mientras estén al servicio del bien, mientras sean herramientas de liberación. Cualquier forma de danza, cualquier movimiento, cualquier movilidad puede ser liberación y puede ser esclavitud. Toda salida transita una forma. Todo nuevo lenguaje habla. Todo ojo que se abre ve. No fijes las formas, no fijes las palabras, no fijes la mirada. Sueña. Pon los ojos al servicio de lo invisible. Abre el ojo a su ceguera, al bien, al misterio, al no saber. No te dejes hipnotizar por los simulacros de paz y bienestar. Estamos destinados a otro lugar.
Quien sabe bailar mal sabe
No pongas tu entrenamiento en escena. No hagas de tus frases de movimiento un espectáculo. No creas que bailas bien. La liberación titubea. Un mundo nuevo ciega. Recuerdo al maestro David Zambrano burlarse del hecho de que algunos de sus alumnos ponen frases de Flying Low, técnica que él creó, en sus coreografías. ¡Es un entrenamiento!, gritaba riéndose. Tiene cero valor escénico, por muy bien que lo hagas. Y, sin embargo, tantas personas reducen su arte a las formas que usan para hacerse disponibles para la llegada de lo informe. Hacen frases, recitan movimientos, copian y pegan coreografías, declaman el alfabeto cinético que se tragan en el aula de danza. ¡Matan el arte! ¡Han sacrificado el bien para complacer al profesor, para seducir al crítico, para el reconocimiento del director, para los vanos halagos de familiares y amigos! ¡Quieren bailar bien, los necios de mal gusto! Solo tienen ojos para lo visible. ¡Como se gustan a sí mismos en las fotos!
No trates de bailar bien – deja el bien bailar. Ningún bienqueda prospera en el camino del arte, de la verdad, de la liberación. Y, con tus ojos abiertos, calma los huesos. Hazte disponible para los caminos de la liberación que pulsa en las fibras nerviosas de tu pensar. El bien triunfa, te lo prometo. La salida continúa. El nacimiento dura toda la vida.
Y tú que asistes a un espectáculo, abre tres mil ojos porque a través de todas las danzas, en el seno de todos los cuerpos, por muy mal que lo hagan, por muy bien que bailen, un deseo anónimo sigue ansiando crear un mundo tan bello que la liberación dejará de ser denostada y temida por convertirse en una tarea común. Y entonces la belleza florecerá por encima de las catedrales del juicio.
Buscando herramientas para sostener el «vivir aquí», suspendiendo el impulso momentáneo, tratando de no confundirlo con el deseo, en ocasiones, lo que parecía bien se difumina. Suerte que caí al mundo en un cuerpo danzante que siempre está dispuesto a liberarme, «liberarme de su propia forma». Suerte que siempre hay algo o alguien que me lo recuerda.
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